Confiesen ustedes, los que quedan ahí toreando al temporal al otro lado del papel del periódico o frente a la pantalla del ordenador o el móvil: ¿Cuál es su estado habitual al terminar de zamparse cualquiera mañana el primer noticiero del día? ¿En qué estado le deja la lectura del periódico? ¿Irritado? ¿Crispado? ¿Enrabietado? ¿Preocupado? Claro, sí, desde luego, cómo no. A un servidor también, incluso aunque las noticias lleguen lubricadas con alguna que otra ilusión deportiva como el triunfo de Alcaraz o el banquete de goles de la selección española frente a Turquía.
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Últimamente, sin embargo, les confesaré siendo sincero que el estado que más prevalece en mi ánimo por encima de todos los demás es el de la absoluta perplejidad. Es decir, me siento completamente desorientado, despistado, extraordinariamente turbado, trastornado, confundido. Absolutamente incapaz de entender, comprender y mucho menos explicar qué nos está sucediendo.
Perplejo, por ejemplo, me quedo esta mañana intentando descifrar la última encuesta que acabo de escuchar en la Cadena Ser y que anuncia que en nuestro país, el único partido que sigue creciendo semana tras semana durante los últimos meses mientras el resto se estanca o pierde electores es la ultraderecha de VOX. ¿Cómo se come esto? ¿Cómo lo asimilamos? A unos días de que su máximo dirigente, Santiago Abascal, acabe de soltar una de sus habituales burradas, la de confiscar y hundir ese barco que él llama de «negreros», refiriéndose al buque de rescate Open Arms, que tantas vidas de migrantes ha salvado de morir ahogados. ¿Cotiza al alza en el mercado electoral el racismo, la xenofobia y la condena de cualquier algún atisbo de humanidad como el de tratar de salvar a alguien que pide auxilio porque se está ahogando en medio del mar? Eso por no hablar de esas jornadas ultras organizadas por Vox en el Congreso la semana pasada en la que nada menos que negaban la violencia de género y se marcaban unos cuántos chistes terriblemente obscenos y machistas. ¿Cotiza también eso al alza en el mercado de las próximas urnas? ¿Cómo no quedarse perplejo ante la extraordinaria cosecha que todas estas barbaridades expresadas por la derecha más rancia y reaccionaria de nuestro país obtienen ante el electorado?
Y ¿cómo no quedarse perplejo, al conocer que precisamente este entusiasmo electoral por los ultras se está detectando precisamente entre la gente más joven, es decir, entre aquellos que siempre empujaron por conseguir un mundo más amable y humano, un futuro abierto, democrático, inclusivo, progresista?
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