Ni Lamine Yamal ni Rodri. Ni Dembelé ni Vitinha. Ni Vinícius ni Pedri. Ese jugador que se decía que tardaría en nacer después del brillante reinado de Cristiano y Messi será (ya lo es) Mbappé, al que odiamos por sus reiterados flirteos por fichar con el Real Madrid tras su última renovación con el PSG pero al que ya amamos y hemos perdonado porque nunca hemos sido muy rencorosos, nos gusta demasiado el fútbol y porque como dicen los boleros y ciertas sentencias populares el amor y el odio no están más que a un pasito corto.
Publicidad
Se percibe sólo verlo saltar al campo, viéndole correr, driblar, recortar, disparar como si estuviera jugando cada domingo con niños en el patio de un colegio en vez de con jugadores profesionales. También para los más escépticos viene muy bien detallado objetivamente cada jornada en las actas y el marcador. 14 goles en solo 10 partidos, lleva está temporada. O si lo prefieren ustedes, 40 goles en 42 partidos desde que aterrizó en el club de sus sueños, por cierto, exactamente la mismita estadística que Cristiano Ronaldo.
Sólo que también es más humilde, mejor compañero, menos egocéntrico que Cristiano, si me lo permiten. Con gestos como el que vimos este fin de semana regalándole a un Vinícios con ganas de reivindicarse el balón para que el patease el penalti que habitualmente tiene asignado. Sólo que sin las ayudas arbitrales que durante diecisiete años disfrutó Messi y sus compañeros en el Barcelona, con el caso Negreira, como una autopista completamente libre y por el momento sin repercusiones para el lucimiento, el amaño y el favoritismo.
«Me pesan más los dos goles que he fallado que los tres que he marcado» decía tras conseguir un hat trick en su último partido en la Liga de Campeones, al tiempo que daba las gracias a sus compañeros de equipo por ayudarle a marcar. «El ochenta por ciento de este gol se lo debo a Thibaut, yo solo habré puesto un veinte por ciento» repetía refiriéndose a uno de esos tres goles, conseguido tras la volea de Courtois que él domó y embocó magistralmente en la portería lo que más de uno hubiera enviado al séptimo anfiteatro. Así es este jugador incomparable, único, y tan alérgico a esos gestos de divismo como el de quien se coloca una corona imaginaria en la cabeza cuando acaba de marcar.
Qué suerte tenemos de poder disfrutarlo durante los próximos años.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión