LOCAL Y GLOBAL

Sálvese quien pueda

No sé qué me tiene más indignado, más perplejo, más asqueado, si lo de la «flotilla» de colgados y otras hierbas (al menos ya han sido identificados dos «etarras» entre los participantes de esas nauseabundas vacaciones en el mar), o lo de ver cómo todo un fiscal general del Estado, en ejercicio por sus bemoles y los de Pedro Sánchez, se sienta ante el Tribunal Supremo para ser juzgado el próximo mes de noviembre por un delito de revelación de secretos. Y es que en esta España en ruinas no es fácil mantener la vista y la atención de tantos frentes abiertos como hay, y todos, pero todos, impulsados desde el Gobierno. En estos momentos, los inútiles del PP me parecen personajes de «La casa de la pradera» al lado de esta morralla de izquierdas que ya lo ha contaminado todo, ya sea con la corrupción y el vicio más burdo y apolillado, ya sea con la propaganda antiimperialista más decadente que uno recuerda, pero que les sirve para manipular a multitudes, da igual jubilados ociosos que atolondrados jovencitos embelesados con la palabra de moda, «genocidio». ¿Será la versión en directo de «Juegos de Guerra» para Nintendo? Mola. Genocidio for president.

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Nos hemos vuelto locos. Perdón, nos están volviendo locos. Mientras los drones enemigos y el miedo cierran el aeropuerto de Munich o juegan con Polonia, Occidente cae y cae, cada vez más hondo, cada vez más paralizado, sin saber dar una respuesta clara y contundente a la amenaza ya real de la nueva Unión Soviética de Putin, mucho más peligrosa que aquella de los desfiles de la Plaza Roja en honor de la gerontocracia comunista. Acertados o no, Estados Unidos e Israel son los únicos que están manteniendo el pulso y dando la cara en un mundo que se nos ha ido de las manos, escondidos como estamos el resto bajo un manto de buenismo hipócrita, corrupción y desgobierno. Entre tanto, el resto vivimos con el susto en el cuerpo, esperando un mañana que será peor y ya con la cabeza llena de fantasmas bélicos. Nos están volviendo locos, decía, y el resultado es esa locura en la que estamos metidos por vivir el presente a toda costa. Sálvese quien pueda es la filosofía que reina en un mundo apocalíptico postcovid.

Y mientras suenan las alarmas que anuncian drones en el cielo y gilipollas en Instagram, la flotilla de colgados acabó las vacaciones en espera de la deportación, cuyos gastos me gustaría saber quién liquida. Ellos, desde luego no. Una flotilla sin ayuda humanitaria en sus bodegas y mucho ácido por pensamiento único. Y ahora, prepárense, regresará Ada Colau y nos lo contará.

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