Mientras la indignación crece a velocidad de vértigo contra el «sanchismo» y sus perversiones, sin apenas darnos cuenta España se está disolviendo en el ácido de la incompetencia, con una sensación cada vez más generalizada de que nada funciona o si funciona lo hace a trompicones o quedando en manos de la suerte. Suerte de encontrar a un fontanero, suerte de que no te estafen, suerte de dar con la ventanilla correcta, suerte de que no se pare un tren, suerte de encontrar un poco de amabilidad, suerte, suerte, suerte, el valor más cotizado de la nueva civilización a la que peligrosamente nos asomamos y en la que nadie ni está capacitado ni tiene la más mínima ilusión por aprender y superarse. Como escribía el jueves, clase magistral en el zoo: «una cerveza, por favor».
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Efectivamente y generalizando, todo chirría y nada funciona. Y no lo hace por la sencilla razón de que no hay apenas gente para hacerlo funcionar, pues el engranaje de la sociedad ha saltado por los aires a fuerza de tensionarlo a lo bestia. Sin educación, sin principios morales, sin ilusiones, España vaga en lo que llaman «calidad de vida», Occidente en general vaga y lo hace a fuerza de subvencionar y comprar esa debilidad, esos votos, ese ver pasar los días mirando a las nubes. Rapiña (el que puede) y contar nubes (el resto). Hemos dejado de ser el hombre que crea, que progresa, que sueña, que descubre, que resuelve, que lo intenta, que lo vuelve a intentar, para pasar a ser el hombre que bala.
Como titulaba, el gran problema al que nos enfrentamos no es Pedro Sánchez, no es la corrupción, no es el robo de los valores democráticos o nuestra obscena exposición pública en las redes, esto son consecuencias; el problema es la denigración del trabajo, la piedra angular que nos hace personas y nos une en sociedad. Como dice un amigo que sabe muy bien de qué habla y lo hace destrozando con una sencilla frase a Keynes, a Friedman, a Galbraith o al Lucero del alba, «el trabajo desaparece». Y no por la irrupción devastadora de «Amazon» y otros actores satánicos, sino por la falta de ambición y del desarrollo de las destrezas propias del ser humano. Nadie quiere trabajar, ni mayores ni jóvenes, y son ya un grupo de poder que los rapiñadores políticos se han encargado de alimentar con migajas, de adoctrinar; son estos «walking dead» la cara oculta de nuestros tiempos. La esperanza ya no es el todo y ese fontanero que está en peligro de extinción es el anuncio del planeta de los simios al que nos dirigimos. Esto sí va a ser un cambio climático. Estén atentos a las noticias.
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