No sé qué clase de gente anda pululando por ahí, por este Occidente que deambula ahogado en los venenos de un bienestar quebrado. De repente, y con el cambio de siglo, la prosperidad europea pasó de ser un objetivo vital, una celebración personal, familiar, social y política, a convertirse en una especie de «dolce farniente» perpetua, la muerte en vida, y quizá por ello las calles se han ido llenando de «walking dead», gente que parece caminar en bucle hacia un purgatorio vacío. Y es que la amenaza nuclear ha dado paso a «radiaciones» más dañinas, las de los teléfonos móviles. El punk sin duda fue un movimiento visionario: «no future».
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Y ahora que ha muerto Giorgio Armani, todo ese vacío que viene cobra más sentido, pues vemos en riguroso directo cómo se evapora el pasado y desaparecen la gloria y la elegancia. Sólo los libros que nadie lee lo recogerán como testigos de nuestro esplendor y de nuestra decadencia. El bucle, decía.
Y con la caída del imperio occidental, entretenido en jugar a las protestas callejeras disfrazado con una bandera palestina y un peligroso antisemitismo, hemos llegado a un punto de no retorno, pues las políticas más avanzadas (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, incluso España) apuntan a una inquietante falta de personalidad y de responsabilidad para afrontar los desafíos que vienen, las hordas tecnológicas y totalitarias que ya nos sobrevuelan. Don Johnson y Pamela Anderson ya no viven aquí, aunque los subsaharianos sigan errantes en busca de ese paraíso que les llegó a través de una parabólica. La globalización vestía bañador rojo y el mundo lo dio por bueno. Occidente era una fantasía y de aquellos lujos estos lodos y estas pateras; esta incertidumbre y estos políticos vendidos a la industria del colapso social y urbano, no digamos rural: sin coches, sin tiendas, sin bancos, sin discotecas, sin iglesias, sin ovejas, sin nadie que nos dé una conferencia a las 8 de la tarde sobre sor Juana Inés de la Cruz, Luis Buñuel o Sylvia Plath. Sólo radiaciones de una pantalla que se ha convertido en nuestra fosa de luz. No future, decía.
Armani ha muerto y no desaparece un modisto, en realidad lo que se acaba es otro trozo de civilización, y no me refiero al dinero, ni al vino, ni a las rosas (recordando a Lee Remick), hablo de nuestro mundo, que ha repudiado toda forja de conocimiento, de espiritualidad, toda integridad (¿verdad Álvarito García Ortiz?) para abrazar a un dios «influencer» y holgazán con música de Bad Bunny y menú de cerveza en lata. La democracia era esto, libertad para autodestruirnos en 3 segundos. 3, 2, 1…
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