LOCAL Y GLOBAL

Cuento de verano

El verano ya no es lo que era, pues parece que hoy sólo haga calor, como si estuviéramos en una nave espacial averiada. Tengo la sensación de que hasta se nos ha agotado la memoria y los recuerdos se han vertido al mar. Sólo veo un impúdico presente que se cuenta en Instagram, pues ahí está concentrado todo lo que hemos aprendido después del ataque nuclear a Japón: un tío bebiéndose una cerveza y contándoselo al mundo, a sus embobados seguidores. Sol, cerveza y bíceps. «Aquí estamos -grita al vacío-, de vacaciones, mi cerveza y yo». Otro triunfador «fake» arrasando lo que queda de civilización mientras reza (es un decir) por Gaza y esos pobres niños que tan bien decoran nuestras conciencias desde los tiempos del Biafra y las huchas del Domund. En resumidas cuentas, otro gachó que disfruta desayunando con el olor del napalm recién horneado. Hipocresía a escape libre.

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Mientras tanto, otro verano pasa como si no lo fuera, y si lo encuentras, procura que nadie se entere, ¡shhhh! El tiempo ha quedado en un segundo plano, pues hoy es el anonimato el tesoro más valioso frente al desparrame del exhibicionismo y las miserias al sol. Tal y como están las cosas, las redes, la política, creo que sólo la discreción y la humildad extremas pueden redimirnos, además de poder encontrar la felicidad, una cierta felicidad, en una de esas burbujas de introspección que quizá ayuden a salvar el mundo. Ya que nos gustan tanto los personajes de Marvel hechos cine, necesitamos héroes, sobre todo intelectuales y generosos frente a esta horda de gilipollas cerveza en mano, baby.

Y todo esto, ¿a qué viene? A nada, pero viene de algún lugar: el otro día entré a las cinco de la tarde en una iglesia perdida y fui testigo del rezo de un Rosario, mi primer Rosario. No había paparazzis, ni «influencers», ni activistas, sólo fieles suspendidos en el tiempo y en la paz. El mundo podía estar colapsando, salvo allí, tan lejos de todo lo malo. Cinco minutos de gloria, suficientes para llenar los socavones que dejan los obuses de esta fatua modernidad… Afortunadamente, quedan cosas como la pintura de Rui Moreira, que se puede ver en el Centro de Arte Contemporáneo Graça Morais, de Braganza, o que de repente vuelva a tu vida «Beach House» con «Myth» y regreses a «París, Texas». Y es que Nastassja Kinski era verano. Y recuerdos, como ir en moto sin casco.

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