Ignacio Duaso, personaje pintoresco
Fue noticia por intentar registrar a su loro «Cicuta» como candidato independiente a unas elecciones municipales
En un apacible rincón norteño de Haro nació Ignacio Duaso, uno de los personajes más pintorescos que vivió en Salamanca. Desde pequeño mostró síntomas de ser diferente. A los 5 años ya había aprendido a leer al revés y aseguraba poder comunicarse con las palomas del parque. Su madre decía que Ignacio tenía «el don de desaparecer en medio de una conversación», aunque más tarde se descubrió que simplemente se distraía con extrema facilidad. En Haro llegaba todas las mañanas de invierno a un estanque helado, rompía el hielo, se zambullía por el agujero y al salir, volvía al pueblo llevando por bastón la toalla retorcida y helada.
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Estudió la carrera de Derecho en Salamanca y legó una historia inacabable de hombre original que alcanzó extraordinaria popularidad por sus audaces extravagancias, su modo de vestir, sus hercúleos ejercicios físicos, sus formidables discursos o sus métodos higiénicos.
Aparecía en medio de la calle sentado en una silla a pleno sol, con un atril entre las piernas y sobre el atril un tomo de Filosofía. Entraba en su casa gateando por el canalón, accediendo por los balcones. Rehusando las convenciones nunca llevó camisa. Llevaba un guardapolvos en verano y un gabanete, imitación de sotana, en invierno. Se zambullía en el pozo de su vivienda y pasaba las horas muertas en el gimnasio. Salía a la calle a pensar sobre las páginas del Derecho Político de Enrique Gil Robles, que acababa de leer.
Cerraba con una mano las enormes puertas de hierro de las escaleras de la Biblioteca de la Universidad. Una tarde, tras una discusión en el puente romano, cogió a un robusto mozo y lo sacó fuera del pretil y allí lo tuvo hasta oír que solicitaba su perdón. Agujereó las paredes de su dormitorio y colocó tubos de comunicación con el patio y la calle, para renovar el aire. Jugaba al silogismo como nadie y se sabía párrafo a párrafo el derecho político de Gil Robles. En las épocas electorales escribía unas enrevesadas hojas y siendo carlista, votaba cuando no tenía candidato de sus ideales, la candidatura republicana. Sus disertaciones diarias versaban sobre la castiza «olla podrida» charra y los elogios a Gil Robles.
La farmacia de Crespo se encuentra en la Plaza Mayor, 15 y en su rebotica se reúnen los representantes del integrismo católico salmantino, capitaneados por don Enrique Gil Robles, que tuvo algunos rifirrafes con el obispo integrista padre Cámara, a quien tildaba de blando en su aplicación de la doctrina de la Iglesia.
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A los 23 años decidió que una sola identidad no era suficiente. Se convirtió en «El Hombre de los mil sombreros», adoptando una personalidad distinta con cada prenda de cabeza que usaba. El sombrero «bombín» le convertía en poeta, el de «copa» le volvía astrónomo amateur y el de «pescador» lo usaba para comprar sardinas en el Mercado Central.
Trabajó, o fingió trabajar, al menos, en 42 profesiones distintas. Las principales: Traducción de sueños al esperanto, profesor de metafísica aplicada al futbol, inspector de líneas imaginarias en mapas, crítico gastronómico de platos invisibles, inventor de excusas, domador de silencios incómodos y coleccionista de relojes que no marcan la hora.
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Fue noticia por intentar registrar a su loro «Cicuta» como candidato independiente a unas elecciones municipales alegando que el ave tenía mejores ideas que los humanos. Dominaba el loro algunas frases en francés y en español, aunque su programa político estaba excesivamente centrado en las semillas de girasol.
En los últimos tiempos su residencia fue una biblioteca abandonada o un tranvía en movimiento perpetuo y lo único cierto es que enviaba tarjetas postales firmadas con tinta invisible y que parecía estar trabajando en un libro titulado «Cómo Desaparecer en 10 Preguntas o Menos».
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Sintiéndose enfermo hablaba de catarros y reumas, se dispuso los baños de Retortillo y él mismo se medicinaba. No creía en los médicos y solo tenía confianza en su fuerte cuerpo, pues jamás padeció el más ligero dolor de cabeza y resulta que este hombre, con su vida de soledad y de orden, con su régimen higiénico, con sus ejercicios gimnásticos, con sus duchas, con sus baños cuotidianos, con sus interminables paseos al aire libre, murió de tuberculosis en el mes de noviembre de 1917.
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