«Don Venturita» y «La Cubera»

Fue la encarnación de un poema oscuro y de dolor, que trató de destruir con unas gotas de alcohol que quitaban el juicio y con caminatas en pleno campo

Martes, 26 de agosto 2025, 05:30

Bajo el título de «El caballero errante», el periodista José Sánchez Gómez, escondido bajo el disfraz de «Un repórter», publica el 15/06/1909 un artículo, dedicado a la pareja.

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«Venturita», nacido en Salamanca, fue la encarnación de un poema oscuro y de dolor, que trató de destruir con unas gotas de alcohol que quitaban el juicio y con caminatas en pleno campo, de pueblo en pueblo, de lado a lado de la península abandonando Salamanca unos 6 u 8 años antes, cuando era popular por haber nacido en la opulencia y verle lucir flamantes botas de charol, formidables corbatas y modernísimos sombreros. Tuvo una juventud burguesa, ahíta de dineros y de placeres, espléndida en salud y en nombre.

Los niños de la época se colocaban a prudente distancia para que no llegaran los palos que con su bastoncillo endilgaba a los insultantes. Otras veces la chiquillería le vitoreaba ruidosamente ante sus flamantes «chaquets», sus botas de charol, pues eran unos críos poco acostumbrados a ver elegantes tan exquisitos.

Unos cuantos miles de duros, junto con un amor de mujer, contrariado, cambiaron por completo el rumbo de la vida de don Ventura y fueron, su perdición y su desquiciamiento lamentable.

En estas condiciones, arruinado, maltrecho de cuerpo y alma ha hecho su retorno a Salamanca. Los chicos de hoy, también van tras él, pero ni le gritan, ni le vitorean, ni le palmotean. Ahora solo dicen: ¡Oh, pobre don Venturita, cómo viene!

El triste caballero errante viene atroz. Los pocos amigos que le saludan dudan si en verdad será este don Venturita aquel otro don Venturita rico, elegante y alegre, que tan buenos días de humor y de juergas originales dio a sus paisanos.

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Y es que en el fondo don Venturita no es un malvado, ni un borracho, ni un golfo; es una víctima de la traición femenil, es un eterno enamorado de una mujer, con la que no pudo casarse y por eso ha adoptado esta vida errante, amarga y triste de suicidio lento, ya que para él, para el humano don Ventura, están demás todas las demás mujeres… (Por cierto, en todo el artículo no se nombra a «La Cubera».)

Don Miguel de Unamuno puso el prólogo a la novela «Los Peleles» de Fernando Iscar Peyra en 1909, en el que dice: … En esta Salamanca en que han vivido «Venturita» y «La Cubera»… conocí aunque no más que de vista a «La Cubera» en los que se diría sus buenos tiempos, hace ya 24 años, cuando era hermosa yegua de lujo y un como esplendor de la ordinariez. Y hubo su tragicomedia. Cosa triste. No era altiva, era tiesa, echada para atrás, lo cual es muy otra cosa. No era «diablesa» tampoco. El diablo es un mal espíritu y aquel montón de carne viviente no tenía diablura alguna porque carecía de espíritu. Algo muy trágico y muy simbólico de este terrible ambiente salmantino, que es el mismo que el de las novelas picarescas, un ambiente inespiritual. «La Cubera» comía, bebía, dormía y pecaba y el pecado era en ella consecuencia del comer, beber y dormir. Pecaba porque comía y para comer porque bebía y para beber, porque dormía y para dormir. Ni otra inquietud alguna.

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¡Y el pobre «Venturita»! En este pobre se juntaban, el comer, beber y dormir, lo casi único que el ambiente éste les añadía: la vanidad. La vanidad: pero no una variedad pueril y casi vegetativa, una vanidad que aboga todo orgullo, en el apagado germen de espiritualidad que se observa en este terrible ambiente. La gente come, bebe, duerme, peca y se envanece. ¿De qué se envanece? De poder comer, beber, dormir y pecar. Se envanece de existir y no de hacer algo. Hay quien se envanece de no hacer nada. Y esa vanidad pueril, vegetativa, fundada en no más que en existir, esa vanidad estéril que ahoga todo orgullo fecundo, hincha la Plaza Mayor. Churrigueresca, es ya de por sí vanidosa. Hay que verla pavonearse al sol. ¡Y es claro!, esa vanidad acaba en mendiguez. La ciudad como «Venturita», su hijo simbólico…

«Venturita» pudiera ser Buenaventura Cerezo González, que fallece en Salamanca en 1912 y se encuentra enterrado en el cementerio salmantino en la zona Uno, serie k, número 0071.

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