MINUCIAS SALMANTINAS

Aureliano Rodríguez, el médico loco

Se autoproclamaba excéntrico y por lo tanto más cercano a un personaje publicitario que a un profesional acreditado

Martes, 9 de septiembre 2025, 05:30

Nace en Salamanca en 1869, estudia medicina en la Facultad charra y pasa consulta en un piso alquilado en la calle del Jesús. Ejerce como médico tisiólogo según se aprecia en «Maestros con Historia» de Ramón Martín Rodrigo en Salamanca médica número 67, donde el también médico José González Castro «Crotontilo» previene contra los anuncios engañosos, entre los que se encuentran los de Aureliano, en El Adelanto: El médico loco que todo lo cura… hasta los desahuciados.

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Ejerció muy poco en Salamanca pues ya en 1903 por Providencia del Juez de 1ª Instancia del distrito Centro de Madrid se le cita el 18 de marzo con objeto de ampliar declaraciones que tiene prestadas en el sumario que se instruye por estafa a virtud de su denuncia como Director, que dijo ser, del Consultorio Quirúrgico de Alfonso XIII en la calle del Arenal, 30 e Isabel II, 7, entresuelo.

Una Asociación local madrileña publica una querella en que aparece su nombre en octubre de 1920 y al año siguiente le vemos ya en Almería donde se hace notar por los anuncios poco ortodoxos, ofreciendo terapias bastante peculiares en el periódico Diario de Almería: curar picaduras de insectos con música de vihuela o guitarra. El Colegio Médicos le sancionó con 500 pesetas por publicidad engañosa pues no estaba colegiado como médico.

Era un médico que se autoproclamaba excéntrico y por lo tanto más cercano a un personaje publicitario que a un profesional acreditado.

Es Ramón Gómez de la Serna quien profundiza en el personaje a través de una entrevista que se publica en La Tribuna el 24/07/1920. Tiene un pisito en la carretera de Aragón, una tartana para el traslado de los enfermos desahuciados, una clínica que es una habitación vacía, con una sola silla, sin un cuadro, sin una mesa, sin un libro, sin un bisturí… y él con una blusa sucia, llena de manchas y dos letreros con grandes titulares: El médico loco. Todo lo… cura, todo lo… cura y todo lo…cura. Invitaba a la puerta con: ¡Pasen, pasen ustedes, a excepción de niños y señoras solas! Como no tiene tintero ni pluma, si los necesita se los pide a un carnicero que vive enfrente.

¡Qué extraño tipo! Parece un obrero enterrador. Su cara y su piel han tomado, por un extraño mimetismo, el color de los desahuciados. Tiene tipo modesto y huele como los cacheteros o tablajeros que se entremezclan con nosotros en las plataformas de los tranvías, sobre todo en el de la Fuentecilla. Lo que más me choca en él es la mano izquierda – gracias que no es la que le tendría que dar – está negra, quemada por el nitrato de plata y con ramificaciones y churretes que se desflecan por entre los dedos y sobre el dorso, como si le hubieran volcado un tintero dentro del puño. Tiene un «golpe de vista» admirable; cuando ve uno que va a verle sin estar muy malo no le admite y le dice: «Cuando esté usted desahuciado por cincuenta médicos, venga a verme».

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Está levantado a las cuatro de la mañana y abre su consulta a esa hora, siendo ya muy crecida la «cola» de los moribundos. No receta nunca medicinas. El prepara las recetas que da a sus enfermos y sorbe un poco de cada pócima para dar fe al enfermo. No tiene miedo y ¡hay que ser valiente para tratar con desahuciados! A veces entra alguno que me apunta con una pistola y me dice que le cure o me mata y otros sacan la pistola y dicen: «¡Yo ya estoy desesperado! Si usted me dice que no tengo salvación, me mato».

Es el mismo médico que dice en Madrid lo que pregonaba en Salamanca, en aquellas hojas que repartía profusamente o en aquellos extraños anuncios en El Adelanto: Soy el mago de los enfermos desahuciados, el que sufrió vejámenes, prisiones injustas, detenciones arbitrarias, discusiones apasionadas y amenazas que le sentaron en el banquillo de los acusados porque decían que no era español, ni siquiera de Salamanca. Soy el médico que ostenta más cruces, diplomas, ascensos reales, cédulas, honores oficiales, etc., concedidos por Su Majestad Alfonso XIII (q. D. g.) al que estaré agradecido eternamente.

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