El abogado salmantino que fingía crímenes

Tenía perturbadas las facultades mentales y con la monomanía de presentarse ante las autoridades como autor de delitos imaginarios

Martes, 23 de septiembre 2025, 05:30

La prensa vizcaína publicó detalles acerca del crimen del que se confesó autor el abogado salmantino don Vicente Rodríguez, conocido entre sus compañeros como «Tílburi». Vicente Rodríguez era hijo del que fue en vida honrado y activo funcionario del Juzgado de Salamanca don Vicente Rodríguez Marceliano y contrajo matrimonio en Bilbao con una joven de regular fortuna.

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Dicho individuo se presentó el 27 de setiembre de 1906 en la casa cuartel de la Guardia Civil de Lequeitio declarándose autor de un robo cometido en Méjico. Dijo llamarse César Real Rodríguez, de 27 años y natural de Salamanca, pero su verdadero nombre era Vicente Rodríguez Rodríguez. El robo había sido a un banquero español llamado Francisco Aguirre Salazar y junto a su compinche Luis González de Quesada se llevaron la suma de 21.000 pesos oro.

Dijo que, una vez perpetrado el robo, que habían realizado mediante escalo, pues se alojaban en un piso del hotel, se dirigieron a san Luis de Potosí, hospedándose en hotel Washington, donde le entregó a Luis 40.000 pesetas. Marcharon a Nueva York y de allí a la Habana, regresando a España y desembarcó en Santander con el nombre de Modesto Zabala.

La Guardia Civil lo puso a disposición del Juzgado de Instrucción de Marquina y estuvo en la cárcel varios días. La cárcel le ablandó y se desdijo. Se pudo comprobar que en la fecha que afirmaba se produjo el robo en 1904, se encontraba en Bilbao ejerciendo sus funciones de abogado. Una vez puesto en libertad vagó por diversos lugares y se presentó en Santander confesándose autor del crimen que tuvo como víctima a la joven Cleta Cuervo, en el barrio de Asúa, en Erandio de Vizcaya.

En Salamanca también había tomado el nombre de un digno periodista y se confesó autor de una fechoría, comprobándose que no la había realizado, pero mermó la honorabilidad del periodista por algún tiempo. La conclusión fue que el abogado tenía perturbadas sus facultades mentales y con la monomanía de presentarse ante las autoridades como autor de delitos imaginarios.

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El suceso dio lugar a una de las clásicas «Quisicosas» de El Adelanto:

«Un joven salmantino que en Bilbao / ejerce de abogado la carrera / se ha presentado al Juez y decidido / como aquel que descarga su conciencia / autor se confesó de horrendo crimen / ha tiempo cometido en una aldea / y del cual fuera víctima / una alegre mujer llamada Cleta. / Hízole al Juez el reo / de su delito narración tremenda / y con detalles múltiples / explicole el lugar, la hora y fecha / en que su torpe mano / cortó el hilo feliz de una existencia. / Termina su relato y ¡cosa extraña! / aun convicto y confeso el Juez le increpa / le dice con firmeza y con paciencia: / »¿Pero es usted el autor? ¿Está seguro? / Fíjese bien, recuerde con cautela, / no vaya a suceder igual que antaño / que de un robo el autor se nos confiesa / diciendo que a un banquero mejicano / usted le liquidó diez mil pesetas / y después de escribir 600 folios, / autos, declaraciones, providencias / resulta que no hubo / ni robo ni banquero, ni pesetas». / Un caso parecido / al del caso Varela. / ¿Que tu lector amable, no te explicas / que haya gentes discretas / que pretende hacer de finge-crímenes / y se las dan de malvado por más señas? / Pues ahí tienes al joven salmantino / del que hoy habla la prensa / empeñado en ser reo / cultivan do el sport de la condena».

En relación con lo relatado y sobre el diagnóstico de que tenía «perturbadas sus facultades mentales», caben muchos supuestos: Esquizofrenia, psicosis, demencia, discapacidad intelectual que le hace confundir la realidad. También afán de notoriedad, buscando fama, atención mediática o la excitación por participar en un caso sonado, trastornos mentales.

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Pudiera deberse a perfiles narcisistas o de rasgos histriónicos que ven en la confesión del delito una forma de construir el «relato» sobre sí mismos alimentando sus fantasías, alta sugestionabilidad, confusión entre recuerdos reales e imaginarios, confusión de memoria, fatiga mental.

Son reconocibles estas falsas confesiones voluntarias cuyo motor es interno, sin motivaciones exteriores.

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