El abogado Florentino Conde Bernal
Era inseparable amigo de la Plaza Mayor por la que paseaba ataviado con negro impermeable, apoyándose en un abultado garrote
La tesis de Florentino Conde Bernal para el Doctorado en Derecho y Ciencias Sociales, presentada, leída y aprobada en Madrid el 14/12/1906, constaba de 61 páginas y fue editada por la imprenta de Marcelino Rodríguez, versando sobre «La Posesión».
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Con el número 64 asignado, se presentó a la oposición de plazas de Oficiales de 4ª clase de Administración Civil, según lista publicada el 29/12/1908, en la Gaceta de Madrid, número 365 del día siguiente. Los exámenes se verificaron el 09/01/1909.
Con fecha 14/11/1910 es admitido como aspirante a Auxiliar, vacante en el tercer grupo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada, según La Gaceta de Madrid, número 320 de 16/11/1910.
El día 7 de noviembre de 1914 fue detenido en Madrid Florentino Conde Bernal, como anarquista peligroso. Fue recluido en la Cárcel Modelo y el día 11, el Juzgado de Hospital decretó auto de procesamiento.
Vivió muchos años en Salamanca y ejerció como abogado pasante en el despacho de don Ladislao Luna Gavilanes, dando algunas muestras de desequilibrio mental.
La prensa publicó todo género de inexactitudes. Se dijo que había ido a Cuenca para atentar contra Romanones, falacia que se hizo pública con motivo de unos discursos que pronunció en la Casa del Pueblo conquense, en los que había dicho unas cosas terribles y violentas que le hicieron pasar de lerrouxista recalcitrante a furibundo y peligroso anarquista de acción. Las mismas fuentes indicaron que se pasaba los días haciendo prácticas de tiro al blanco y sembrando la alarma en la pacífica vecindad. Y el bueno de don Florentino, después del mitin tomó el tren y… salió para Madrid, con el fin de realizar el acto de violencia que en el mitin prometiera… y ¡Romanones en Cuenca!
Apasionado republicano radical fue autor de un folleto titulado «República» y estuvo federado en el partido lerrouxista, participando y hablando en cuantas reuniones políticas se celebraran en Salamanca. Era inseparable amigo de la Plaza Mayor por la que paseaba ataviado con negro impermeable, apoyándose en un abultado garrote, con el hongo calado y haciendo tertulia con los guardias municipales, con los nocturnos serenos o con los desocupados trasnochadores.
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Era el pintoresco personaje que escribía los folletos imponentes, los dramas absurdos que leía a la luz de una bombilla a todo aquel que fuera capaz de aguantar aquellas lecturas. A lo más que llegaba su contentamiento era en asistir a las reuniones del café Suizo donde, inclinado hacia delante, solicitaba humildemente el uso de la palabra para hablar de la filosofía del derecho, de la filosofía de la palabra, de la filosofía de las elecciones municipales, de la filosofía de la masa del átomo y de la filosofía de la partícula.
Fue un político totalmente inofensivo que no dio motivo alguno, ni siquiera en los discursos que pronunció en las reuniones republicanas, donde no se le encontró materia para que el Delegado del Gobierno le llamara la atención.
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Parece que había sido un peligro en Madrid y en Cuenca, por desconocimiento de las autoridades de cuál era su extravagante personalidad. Aquí podía habernos colocado uno de sus folletos demoledores y hubiéramos pasado un rato delicioso y servido para que nos explicara filosóficamente el porqué de su determinación inofensiva.
Desconocían que en su alcoba salmantina tenía esculpida la siguiente cuarteta: «Por encima de mi cama / y en un lecho de concordia / tengo una virgen colgada /que es la de la Misericordia».
Iba a la Audiencia a cumplir con la misión de defender al delincuente y llegado su turno de intervención se despojaba del birrete y cruzando sus manos sobre el pecho, exclamaba: «Señores, estoy convencido, como el señor fiscal, de la culpabilidad del procesado. El procesado es un ladrón o un criminal. Yo no puedo, ni debo defenderle. ¡Caiga sobre él el peso de la ley inexorable!».
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Y don Florentino, ante la terrible sensación del auditorio y de la no menor del procesado, tornaba a cubrirse la cabeza con el birrete, se recogía coquetonamente los pliegues de la toga y caía sobre el sillón, con la tranquilidad de conciencia que el lector no puede ni siquiera imaginar.
Desapareció de Salamanca, parece que para emigrar a América. La mayor parte de la crónica es del redactor de El Adelanto José Sánchez Gómez.
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