Nicolas Sarkozy, el expresidente francés, acaba de ser condenado a cinco años de cárcel porque obtuvo millones de euros del régimen libio de Muammar Gaddafi para sufragar su campaña electoral. En Argentina, la Corte Suprema de Justicia ha confirmado la condena de arresto domiciliario a Cristina Fernández de Kirchner por corrupción; hoy, como no puede salir de casa, ha convertido esta en un grotesco centro de peregrinación al que acuden fans a vitorearla mientras ella se asoma al balcón. En Brasil, la condena a Jair Bolsonaro por su intento de dar un golpe de Estado ha llevado a Donald Trump a aumentar los aranceles estadounidenses a las importaciones brasileñas. Carles Puigdemont solo fue presidente de un Gobierno regional, pero hoy toda la política catalana, y por extensión la española, está secuestrada por sus necesidades legales como fugado de la Justicia.
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Quien esto escribe ha sido presidente de la Comunidad de Madrid durante 12 años. Y no me he sentado nunca en el banquillo. Cuando en 1996 volví a mi puesto de estadístico superior del INE y cobré mis primeras mensualidades comprobé que mi sueldo de funcionario era mayor que el que venía cobrando como presidente.
Hoy, de la mano del analista González Férriz, me pregunto: ¿Por qué los expresidentes están dispuestos a hipotecar a su propio país? Por un lado, está el auge del lobismo, una actividad que no tiene por qué ser mala en sí misma pero que pone a muchos exmandatarios ante las peores tentaciones. Escoger a presidentes jóvenes es muy bueno para que estos estén conectados con el sentir de sus sociedades mientras gobiernan, pero su vida como ex les resulta insoportablemente larga y muchos, para combatir el aburrimiento, generan el caos.
Todo esto me lleva a José Luis Rodríguez Zapatero, que parece un lobista pagado por dos de los regímenes más despreciables del mundo como son Venezuela y China. De él debe venir el posicionamiento del Gobierno español sobre la dictadura de Nicolás Maduro y la presión sobre Pedro Sánchez para que se normalice la contratación de empresas chinas como Huawei.
Rodríguez Zapatero es un mal ejemplo de ex presidente que utiliza sus conexiones con el Gobierno de su partido para convertirse en conseguidor. Para quienes le conocimos y apoyamos en su día no sólo resulta una desagradable historia, también un desengaño definitivo y una detestable presencia pública.
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