Noche de conejos

La noche del viernes fue noche de conejos. Es lo que tiene el veraneo en los pueblos, que es ver llegar a los de fuera y ya estar corriendo al río o matorral para proveerse de víveres y celebrar que se ha salido temporalmente del maldito ranking de la despoblación. Eso y olvidarse de rezumar rabias. Las podredumbres y corruptelas incesantes de aquí y de allá nos han revuelto las bilis y se nos ha subido a la boca una rescoldera cólica que pone en llamas cualquier cosa que se diga.

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Según un meticuloso observador de mi círculo próximo, la palabra que más se repite en cualquier barra de bar a poco de comenzar los telediarios es la de ¡sinvergüenzas! Dice que son '¡sinvergüenzas!» inflamados, en gargajo, a bocajarro, para que no se nos queden ascuas adentro y estas acaben por calcinar la poca fe que nos queda en la democracia. Pero menos mal que es tiempo de verano y existen noches felices y de conejos. Menos mal que siempre hay una persona regalona -¡gracias Yolanda!- decidida a hacer lumbre con una brazada de leña de encina, para cocinar en sus brasas unos cuantos gazapos que consigan hacer olvidar a sus invitados la fatal ardentía que provoca la pudrición de la política patria.

Sobre dos fuentes enormes de barro de Pereruela las tajadas doradas de los nueve conejos se hicieron estrellas en una noche por la que se pirrarían los jueces del jurado Michelín. Cinco horas de conejo de campo a fuego lento, encamadas en un lienzo gastronómico de aspecto y sabor extraordinarios, que nos quitaron de repente toda suerte de resquemores. ¡Qué lejanos se volvieron los pirómanos políticos y sus piras parlamentarias! ¡Qué lejanas las calenturas y cachondeos de los Koldos, los fogones y follones de los Ábalos y Cerdán, las forjas y fraguas de los Montoro, los tufos de las saunas sabinianas... y todas esas otras muchas fogatas y fumaradas con que se entretienen los demonios aforados del (des)gobierno de España, por eso de deslegitimar de 'a poco en poco' al Estado, poniendo los principios legítimos de su Constitución sobre una gigantesca parrilla de chiringuito arruinado!

Noche de conejos y noche también de magia. Porque no es fácil que dos cazuelas de barro con nueve gazapos duren eternamente, y pronto se vuelve a la vida real, y pronto el infierno se echa de nuevo a arder, y pronto se nos pone otra vez cara de asco y recelo leporino. Una rudimentaria turuta de laurel construida a toda prisa por uno de los comensales vino a rescatarnos a tiempo de entrar en tan fatal trance. Le costó hacerla chiflar, pero lo logró. Toda noche de verano y conejos merece un esforzado mago.

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