Escribo escuchando el tema 'Sapphire' de Ed Sheeran para que las palabras de esta crónica tengan el ritmo y brillen con la luz de su tiempo. Aunque hubiera podido hacerlo con Ana Mena, Lola Índigo o Rozalén. Sé que el cura del que voy a hablar lo agradecerá. Al fin y al cabo, Anselmo -así se llama- vive sus treinta y seis años como cualquier otro chico de su edad. A pesar de que pueda vérsele frecuentemente vistiendo el alzacuellos, entre amigas y amigos, mientras disfruta de una noche de risas de verano con hamburguesa y cerveza. Una estampa que ya no sorprende a los vecinos. Porque nueve años después de llegar a la parroquia de La Fuente de San Esteban, Anselmo 'el cura' se ha convertido en uno más. Uno más a vivir, sentir y celebrar. Uno más a hacer comunidad en el día a día moliente y corriente de los pueblos. Uno más a cumplir con sus compromisos laborales, uno más a desquitarse en las fiestas. Uno más a babear ante los niños que nacen, uno más a llorar las tristes pérdidas. Uno más, solo eso, uno más. Aunque ese uno más rece Laudes cada mañana en la soledad de su cuarto, a poco de columbrar por el este los festones del alba, para poner fuerza en su espíritu y que no haya demonio que le arroje lejos de su oficio y vocación. ¡Una extrañeza en tiempos tan escandalosamente frívolos, materialistas y profanos!
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Fin de semana del 3 de agosto y en La Fuente de San Esteban todo se ha dispuesto para festejar la Invención (el hallazgo) de las reliquias del santo. El cura ha convocado a los vecinos del pueblo a la 'Misa de peñas' por wasap. Él mismo ha comprado el pañuelo de peñista para colocárselo sobre la casulla. Más de un centenar de jóvenes y mayores participan de la Eucaristía y escuchan atentamente a Anselmo: el cura que igual cita en la homilía un pasaje del evangelio según san Juan (Jn 15,14: Vosotros sois mis amigos...), que un estribillo del himno a mi peña de la cantante Isabel Aaiún (Vamos a montarla a lo grande que hoy hay fiesta en mi pueblo...). Son palabras de un cura que cree en los vínculos que genera la amistad y abraza a una juventud en la que confía. Porque Anselmo no es ajeno a sus muchas ganas y también a sus muchas preocupaciones. Y, en lo uno y en lo otro, él quiere estar ahí, de confidente, de amigo. A poco de pisar el pueblo, con veintisiete recién cumplidos, ya les tendió los brazos: «No me importa si vais o no a misa, lo que quiero es que sepáis que tenéis la Iglesia cerca». Nueve años después el cura sonríe en una foto multitudinaria de peñistas ante el altar. De no ser por el terno, nadie diría que el muchachón del medio es el cura.
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