Arroz con bichos

Me he despertado con el sueño tan vivo que me ha costado sacudirme el susto. Una gigantesca cacerola de porcelana negra con pintas blancas, hondísima y con asas, se había aparecido en un espacio extraño, entre pocilga sucia y oscura cuadra. Dentro de la marmita arroz, kilos y kilos de arroz de grano gordo, rezumando unte de grasa requemada y rancia. Y encabalgándose por la montonera, bichos, innumerables bichos de tamaño colosal, con aspecto de langostas hervidas y muy feas que entraban y salían por las huras del arroz, que subían y bajaban por las paredes del perol, con los ojos desbordados y las antenas en punta de puñal, aguijoneándose a sí mismos y a los comensales en sombra que participaban del esperpéntico festín. No se imaginan con qué ferocidad. No se imaginan con cuánta ansia. Como si todas las criaturas fantásticas de la tabla del infierno de El Bosco se hubieran reencarnado en una chanfaina de crustáceos endemoniados, sin más fin que despedazarse y devorarse los unos a los otros, en un tiempo de tortura interminable y lento, lento, lento hasta la extenuación.

Publicidad

Aún no me he quitado el sueño de la cabeza. Dicen los que saben de estas cosas que sueños tan irracionales y disparatados no se sueñan por casualidad. Que los barruntos del mundo hostil de afuera, de la realidad incierta que nos toca vivir, se hacen terribles pesadillas en cuanto cerramos los ojos y hundimos la cabeza en la almohada.

Está claro que el mundo de hoy se está volviendo un trauma de tanto ir sumando desgracias. No hay DANA, epidemia, apagón o incendio que no nos distancie y enfrente un poco más. Las redes sociales se han convertido en nidos de víboras que silban venganza. Los conciertos de verano en espectáculos, vocingleros y vergonzantes donde se corean estribillos infames. Y la política, ¡ah, la política!, en una feria de vanidades donde se sirve arroz con bichos por no querer tener mejor cosa con que alimentar a los hombres y mujeres que representan. De ahí ese sueño tan feo y de difícil digestión. De ahí que septiembre haya despertado tan tristón y desvaído. Cuando el presente se respira con tan insalubres tufos, el futuro se sospecha fatal. No merecemos tan mala suerte. Existe un mundo alrededor que vale la pena soñarlo sin bichos raros ni tiranías. Existen aún hermosas historias humanas que contar. Ayer mismo vi cómo amarilleaban en el árbol los membrillos comenzando a madurar. ¡Cuánta generosidad en la naturaleza! A poco que salga el sol, ya está alegrando con sus frutos la mañana. Moraleja: No hay sueño malo que no se espante con otro sueño que llega en esperanza.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad