EL TENDEDERO

El cielo no llora

Pero sí está gris, plomizo, triste y deprimido por ver cómo las llamas campan a sus anchas por esta piel de toro que nos acoge, y que vemos denostada en tantas ocasiones. Somos malos parásitos que se ceban de su anfitrión y encima nos dedicamos a hablar mal de él. Ingratos.

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Porque hay muchas cosas que van a cambiar después de este verano, para mal. Muchos parajes que habrán perdido su brillo y perdurarán como el cruel esperpento de lo que en su día fueron. Muchas personas que han visto su vida rota y tratan de coserla con jirones de generosidad de vecinos, amigos, familiares. Muchos pueblos que visten de luto por los estragos del fuego, y por la certeza absoluta de que aquellos que paseaban por sus calles, esos, no volverán.

¿Por qué ha pasado esto? Por desgraciados que ven en el fuego una forma de ganarse cuatro duros pese al mal ajeno; por ecologistas de moqueta que no han pisado el campo en su vida, pero que ponen todas las trabas a los que cuidan la tierra con sus propias manos; por el abandono total y absoluto de esa España rural cada vez más vaciada que, curiosamente, es la que nos tiene que dar de comer, porque, al menos yo, no he visto crecer trigo en la Gran Vía; por la falta, o mala coordinación, de los medios para gestionar estos incendios… Por todo eso, por algunas cosas más, pero lo importante es que ha pasado.

Y el aire huele a quemado, a ceniza, a lágrimas saladas de desesperación, a corazones rotos, a ilusiones destruídas al paso del crepitar de las llamas. Pero el cielo no llora, no llueve.

Lo entiendo, el cielo no quiere encargarse del problema que nosotros hemos creado, no quiere quitarnos el marrón de encima sabiendo que así poco o nada íbamos a aprender, se niega a romper a llorar mientras muchos miran hacia otro lado.

No tengo hijos, pero sí sobrinos, y veo cómo, poco a poco, les vamos dejando un país peor para ellos. Un país con menos bosques, menos verde, con menos campo, con menos pueblos, con menos recursos. Peor, ya te lo he dicho. Y si tengo que pensar en eso, si tengo que pensar en el futuro que les estamos dejando a los que vienen detrás nuestro, entonces yo sí lloro.

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No me da vergüenza llorar, me duele tener que hacerlo. Me duele poner la tele y ver esas imágenes que me hacen sentir que estamos haciendo las cosas mal. Me duele oír por la radio que la cosa no mejora, empeora. Me duele ver que parece que a otros, los que mandan, no les duele tanto.

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