Puede que este asunto no se vea aún como de interés general. Sin embargo, me temo que traerá cola. Más, si cabe, en una ciudad ... pequeña como Salamanca. Me refiero a los patinetes eléctricos que nos invaden: esos vehículos de movilidad personal, según los define la DGT, que nos aparecen en cada recodo. No son pocos los atropellos y accidentes en que concurren. Crece el número de muertes y lesiones, debido a que su uso se está extendiendo de manera exponencial. Empieza a ser habitual encontrárselos en cualquier semáforo, esperando para salir por delante de los coches, que se ven obligados a sobrepasarlos a los pocos metros. Los usuarios suelen ser chicos jóvenes, muchos de ellos en labores de reparto de pequeña paquetería o de comida a domicilio. Desconozco si todos los modelos permitidos, que se encuentran registrados en una página web de la Dirección General de Tráfico, están obligados a llevar instaladas intermitencias, luces de posición o de freno. Lo cierto es que, solo en un par de ocasiones, recuerdo haberlos visto usar algún tipo de señalización, obligatoria, por otra parte, para el resto. Así es como descubrí que algunos modelos sí que las tienen instaladas. Parece razonable que un vehículo cuyo precio está entre un tercio y diez veces por debajo del de una motocicleta y que su energía eléctrica lo hace mucho más económico se convierta en un medio de transporte. Cosa distinta es que se estén consagrando como un peligro para los otros vehículos e, incluso, para los viandantes con la velocidad que alcanzan.
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Hay una tendencia a pensar en que acontecimientos de naturaleza ordinaria solo le suceden a uno, como si se tornaran extraordinarios por arte de magia. Nada de eso. Si, como conductor los patinetes me generan cada día más recelo, estoy seguro de que les pasará a muchos de ustedes. No soy capaz de quitarlos el ojo de encima. Temo sus giros bruscos e inesperados. Temo un golpe en la cabeza en caso de accidente, ya que muchos de sus usuarios no llevan casco protector; las autoridades sabrán por qué. Temo el uso que hacen de sus móviles, en modo manual o con auriculares, a cada cual más prohibido. Temo sus despistes, cuando van a entregar a domicilio, porque están más pendientes del teléfono adaptado al manillar usado como GPS que del tráfico. Temo sus subidas y bajadas a las aceras y el modo en que cruzan, sin poner pie a tierra, por los pasos de cebra; ambos movimientos inaceptables. Temo sus paseos por los carriles bici, donde se cruzan con ciclistas y con transeúntes, como es el caso en Federico Anaya. Y temo cuando los usan en dúo, siendo vehículos de uso individual. Vamos, que soy un temor continuo según los veo ¿No será que no está bien regulado el asunto de los dichosos patinetes? No hace tanto, han servido incluso para la huida de un preso de no sé qué centro hospitalario. ¡Vaya patinazo!