Pensaba escribir sobre la penúltima (siempre habrá otra más) de Pedro Sánchez, es decir, sobre la reunión que mantendrá con Puigdemont en el extranjero. Pensaba recordar que, hasta ahora, los catalanes «postconvergentes» no han mentido jamás en estas cosas, mientras que Sánchez y los suyos, no es que hayan mentido, sino que tan solo cambian de opinión, ja, ja, ja.
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Basándome en esos antecedentes, pensaba afirmar rotundamente que, digan lo que digan los sanchistas, ese encuentro tendrá lugar a no mucho tardar. También pensaba escribir sobre la importancia que tienen para España las elecciones al Parlamento Europeo, especialmente después de lo que ha sucedido esta semana en Estrasburgo, tras la intervención de Pedro Sánchez ante un número muy escaso de eurodiputados. Iba a afirmar que una parte significativa del futuro de España pasa por las Instituciones de la UE, que, visto lo visto, pueden ayudar a frenar los proyectos sanchistas. Pensaba insistir en que el asunto de la amnistía se jugará también en Bruselas. Quería referirme al aviso de la OCDE sobre el sistema de pensiones o a lo que ha dicho la AIReF sobre el proyecto de cuentas que prepara María Jesús Montero. Pensaba, pensaba y pensaba, pero he cambiado de opinión y voy a escribir sobre el informe Pisa 2023 en educación.
En esta tierra de Castilla y León, en la que somos tan dados a fustigarnos, a ser muy críticos con nosotros mismos y en la que no nos valoramos en su justa medida, resulta que tenemos motivos para sentirnos orgullosos. Y nos lo dicen desde fuera. Resulta que tenemos la mejor educación de España, según los expertos que elaboran el informe Pisa, auténtica referencia. Y creo que no hemos dado la importancia que corresponde a este hecho por varios motivos. El primero, por la importancia intrínseca del citado informe. El segundo, porque no es la primera vez que esto sucede, sino que es algo recurrente, que lleva repitiéndose unos cuantos años. Y, el tercero, por no hacer la relación extensa, porque en definitiva se trata de un éxito colectivo. No es solo un éxito del gobierno de Fernández Mañueco o de la consejera Rocío Lucas, que también, por supuesto. Este es un éxito colectivo, insisto, porque alcanzar este logro es cosa de toda la comunidad educativa, con profesores y alumnos a la cabeza, pero también de los padres de estos últimos y, en cierta medida, del conjunto de la sociedad.
Y esto debe ser un motivo de alegría y de orgullo, y no debe pasar tan desapercibido. Está claro que, según nos dicen desde fuera, contamos con la mejor educación de España y eso tiene más mérito todavía si partimos de la base de que es la región más extensa, con muchas zonas despobladas y una población muy envejecida. Dicho lo anterior, tampoco se trata de morir de éxito ni mucho menos, pero sí de valorarnos más. Y ahora viene el colofón y la guinda del pastel: es necesario lograr que ese talento que está aquí se quede también en Castilla y León.
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