Corría la tercera semana de marzo de 1985. En aquellos días los periodistas entrábamos en la sede de la Comisión Europea y del Consejo de Ministros de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) por la misma puerta que los ministros y que los comisarios, y no era difícil coincidir con el mismo presidente de la Comisión Europea, entonces el francés Jacques Delors.
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Recuerdo que eran los días finales del proceso de negociación para la adhesión de España a la CEE y había bastante tensión en el ambiente. Me encontraba junto a un reducido grupo de informadores españoles, los que entonces seguíamos estos asuntos, en la sala de prensa que estaba justo a la entrada, cuando vimos bajar a Delors y acudimos a preguntar cómo andaban las cosas.
Su respuesta fue que España estaba «au pied du mur», vamos que se encontraba entre la espada y la pared y que había llegado el momento de tomar una decisión ya. Acto seguido nos lanzamos a las cabinas de teléfono para transmitir la noticia a nuestros medios, porque era una declaración muy importante. La anécdota surgió cuando un importante periodista, director adjunto de un diario de referencia, que manejaba el inglés, pero no el francés, se empeñó en traducir la frase de Delors con un rotundo titular que rezaba así: «Delors llama albañiles a los españoles». No hubo manera de convencerle de lo contrario y al día siguiente nos echamos unas cuantas risas.
Efectivamente, Delors tenía razón y poco después las delegaciones de la Comisión Europea y del Consejo de Ministros, presidido por el italiano Andreotti, de un lado, y de España, con Morán y Marín al frente, de otro, cerraron el acuerdo político para nuestra integración en la CEE.
He recordado esta anécdota al conocer la muerte de Delors, el mejor de los presidentes de la Comisión Europea con el que he coincidido y que dio un fuerte impulso al proceso de integración, del que todavía vivimos. Aunque no todo es positivo, porque también sufrimos la tiranía de los eurócratas y altos funcionarios de las Instituciones Comunitarias, que viven en sus burbujas y cada día más alejados de la realidad.
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Precisamente a uno de esos organismos comunitarios, el Banco Europeo de Inversiones (BEI), con sede en Luxemburgo, se va Nadia Calviño, la hasta hoy vicepresidenta primera y ministra de Economía. Vino a España en junio de 2018 como paso previo para retornar a Bruselas en el otoño de 2019 de comisaria; pero las cosas se torcieron y Sánchez designó a Borrell para ocuparse de la política exterior de la UE.
Desde entonces, doña Nadia ha optado a todos los puestos internacionales que han ido saliendo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Eurogrupo, con un fracaso tras otro hasta ahora. Calviño se va a ingresar cerca de 400.000 euros al año, con un tratamiento fiscal que ya quisiéramos todos y generando unos derechos de jubilación que también quisiéramos todos. Al mismo tiempo deja la economía española «au pied du mur», vamos, contra la pared, con un 2024 lleno de nubarrones. Aun así, ¡Feliz Año!
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