No sé cómo hemos llegado a la certeza de que el político más comprometido es aquel que «vomita» la mayor gilipollez. Si llamar a Virginia Barcones «pirómana» le suma galones dentro del partido al vicesecretario del PP, Elías Bendodo, es para hacérnoslo mirar. No lo ponen tan difícil ni el Gobierno de Sánchez ni la directora de Protección Civil para no encontrar argumentos que esgrimir contra sus políticas, ya sean en la extinción de incendios o en cualquier otro asunto. ¿Qué necesidad de echar por tierra todo atisbo de credibilidad? Tan solo la ausencia de capacidad condimentada con la intención de contentar a su jefe. Es la única razón para recurrir a la grandilocuencia y acusar de un comportamiento delictivo a un cargo público sin atreverse a denunciarlo en los juzgados pese a mostrarse tan convencido de ello. ¿Verdad, David?
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¿Hasta dónde vamos a llegar? Se preguntaba ayer el ministro Ángel Víctor Torres ante las graves acusaciones vertidas por el PP sobre su compañera. No le he visto a él ni a ningún miembro del Ejecutivo nacional expresar su indignación porque el líder de los socialistas salmantinos se entregase al mismo recurso facilongo de Bendodo para arremeter contra el presidente de la Diputación de Salamanca, al que sin ningún reparo tildó también de pirómano.
Ruido, ruido y más ruido... Mientras las llamas consumen sueños, generan ruina y siembran desolación, nuestros políticos ocultan la incapacidad con insultos y falsas acusaciones. Catástrofe tras catástrofe se va perfeccionando esa asquerosa estrategia de esconder tras la búsqueda de culpables la negligencia de no poner en marcha soluciones. ¿Qué se ha hecho para prevenir otra DANA? ¿Alguien alberga alguna esperanza de que no puede repetirse otro apagón nacional el próximo Lunes de Aguas? ¿Quién no se monta en un tren cruzando los dedos para que ese sea uno de los pocos que llega puntual a su destino? Hasta la hermana pequeña de Filomena sería capaz de volvernos a dejar bloqueados.
Nos distraen. No les votamos para que sean perfectos. Tan solo para que trabajen en minimizar los efectos de lo irremediable y poner solución a lo que es evitable. Pero la política de hoy no busca respuestas, sino solo culpables. La degradación ha avanzado tanto que no hay escrúpulos a la hora de «manosear» el dolor de la muerte y manipular sus causas para echar basura sobre el rival. Duele tanto ver cómo se embadurna la tragedia con odio que me preguntó quién fue el cafre que pidió a determinados cargos públicos que interrumpiesen sus vacaciones. Los que han venido solo para criticar, Óscar, es mejor que regresen a la playa hasta que no queden llamas. Y de paso que les quiten el móvil para que dejen de agitar las redes presumiendo de un ingenio que solo engendra conflicto.
Porque lo cierto es que todo este «teatrillo» de insultos y acusaciones, esta carrera para ver quién eleva más el tono solo beneficia a unos. Los ciudadanos estamos hartos, agotados, cansados de polémicas yermas y de discursos vacíos. Y, con ello, los extremos hacen su agosto. No le hace falta a Abascal nada más que sentarse a esperar. Mientras PP y PSOE se degüellan, las filas de Vox no paran de crecer. Sánchez sabe que le beneficia alimentar a la «bestia», pero ¿qué gana Feijóo? Ante un escenario de tragedia, como el que ha vivido Castilla y León, es difícil no comprar ese discurso nutrido de interés electoral y rencor. Pero urge no caer en la tentación. Primero, apaguemos las llamas. Después, ya llegará la investigación. Perdón por la moraleja, pero es que cada vez más esta política me repite.
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