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De las luces al negro

El «black» es toda una fiesta, pero no deja de tener una pátina de luto para pequeños comerciantes que se ven obligados a subirse al carro

Viernes, 28 de noviembre 2025, 06:00

La combinación entre las nuevas costumbres y las importadas desde el otro lado del Atlántico generó anoche una paradoja genial en Salamanca. Mientras la ciudad ... encendía la Navidad, iluminando los miles de elementos que hasta el próximo día de Reyes recordarán una de las tradiciones más arraigadas en la cultura española, a las pocas horas se produjo un fundido a negro general. Mejor dicho: pasamos a Black Friday desde las 00:00 horas. Desde entonces, el negro es el color que prima en los escaparates de establecimientos de todo tipo: desde tiendas de telefonía a calzado y textil, pasando por el mobiliario, los hoteles e incluso la alimentación —aunque sea de forma testimonial—, sin olvidarnos de las páginas de venta online de todo tipo.

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El «black», ese diminutivo de la tradición importada de Estados Unidos que ya ha encontrado su sitio en nuestro lenguaje coloquial, ha generado una expectación por las compras con descuentos que pueden ser muy jugosos pero —y ahí está el secreto— efímeros.

Este año he notado que más establecimientos han esperado hasta última hora para lanzar sus ofertas, mientras en las calles comerciales se respiraba cierta ansiedad por localizar la prenda y la talla exactas para, después, encomendarse a todos los santos y que no se la lleven otros, ya sea por internet o en la tienda física.

El «black» ya es toda una fiesta, pero no deja de tener una pátina de luto para los pequeños comerciantes que se ven obligados a subirse al carro de descuentos aplicados a productos que probablemente venderían sin rebajas en las próximas semanas.

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Es evidente que estas promociones pueden ser para ellos un velatorio más que una celebración. Me refiero a esas tiendas de toda la vida que aguantan el tirón con el único objetivo de llegar a la jubilación, aunque sea en números rojos; los mismos que no hacen trampas falseando los descuentos, que no inflan los precios previamente y que, cuando cierran, dejan huérfana una zona del barrio: más apagada, más fea y, a veces, más insegura.

Esta paradoja en la que viviremos hoy y mañana entre la iluminación navideña y el fundido a negro en Salamanca también nos obligará a nadar entre colas y esperas. En las calles para ver las luces, especialmente en las del centro y las comerciales; en la Plaza Mayor para disfrutar con algo de calma del videomapping del árbol; y, sobre todo, en el Huerto de Calixto y Melibea. Apuesto a que este año volverán a llenarse de público los alrededores de las Catedrales y confío también en que los Jardines de Arroyo de Santo Domingo se conviertan en un nuevo punto de referencia, que no serían nada sin no están «adornados» por una buena espera.

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Las colas «decorarán» los accesos a las tiendas, las entradas a los aparcamientos y los pasillos hasta la caja. Solo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias: el tiempo perdido entre perchas; entre personas con prendas en la mano y la mirada perdida —o muy pendientes de la velocidad de la cajera—; entre coches casi parados cuyos conductores miran constantemente hacia arriba; y pasando frío en un entorno helado para no perderse el nuevo espectáculo del Huerto.

En este contexto en el que ya hay un acuerdo tácito para empezar a felicitar las fiestas, al final, la ciudad oscila entre la luz que celebramos y el negro que compramos. Y quizá ahí esté la verdadera metáfora: una Navidad que empieza con brillo, pero que cada año nos pide más descuentos que abrazos. Ojalá no dejemos que lo segundo también se rebaje.

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