El vídeo de Nicolás Maduro conduciendo por Caracas, moviendo el volante del todoterreno como si fuera un coche de choque y animando a sus compañeros ... diciendo «¡vámonos de rumba!», «¡vamos a rumbiar!», es insuperable. Esa es la actitud Maduro. Si Trump te cierra el espacio aéreo, pues «que el fin del mundo nos pille bailando», como dice Joaquín Sabina. La escena me evoca lo que pudo pasar en el Peugeot del cuarteto que encumbró a Pedro Sánchez hasta la presidencia del Gobierno de España. De ellos, tres están o han pasado ya por prisión. Dos parece que siguen de fiesta; me refiero al exministro Ábalos y a su «hombre para todo», Koldo.
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Quizás esa conexión tan cercana con Venezuela y, especialmente, con Maduro y su círculo, les ha contagiado el ánimo y se han puesto a cantar la Traviata en la celda que comparten. Según los medios nacionales, incluso les han tenido que llamar la atención por la noche para que dejaran de hablar. No hay duda de que alguna confidencia se van a contar, porque seguro, seguro, que no les están grabando.
Pero lo cierto es que la situación en España no está para muchas fiestas. Los últimos Presupuestos Generales del Estado que se aprobaron fueron en 2022 para el año 2023; desde entonces se han ido prorrogando, y el actual Gobierno de Pedro Sánchez no tiene esperanzas —y creo que ya ni intención— de sacar adelante nuevas Cuentas.
La Junta de Castilla y León tampoco ha aprobado las suyas. No se trata de una cuestión protocolaria: esto afecta al avance de proyectos y a ayudas de colectivos tan capitales para la economía de Salamanca como el de los autónomos. Precisamente ayer se unieron miles de trabajadores salmantinos por cuenta propia a una convocatoria de protesta que se lanzó antes de que supieran que se han quedado sin la ayuda de 300 euros por el bloqueo de las Cuentas regionales. Si lo llegan a saber, ayer en vez de ponerse guantes rojos se los habrían puesto negros porque, a pesar de que son más de 25.200 en la provincia de Salamanca, se sienten como cajeros para Hacienda y sin oportunidad de crecer porque no encuentran facilidades ni mano de obra.
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Cuando el Ayuntamiento de Salamanca presentó el proyecto de Presupuestos me esperaba que asistiera a algún periodista de medios nacionales para difundir el raro acontecimiento que en otra época era habitual cada año. Una pieza clave para la puesta en marcha de políticas que —se presupone— impulsen el avance de la sociedad, de la economía, del empleo y de los servicios básicos. Luego nos extrañamos de que en este momento haya más jóvenes de derechas que nunca y de que cuando el presidente nacional de Vox, Santiago Abascal, se bajó de la furgoneta en la plaza de Los Bandos despertara tanta fascinación como un torero o un cantante de fama internacional.
Los jóvenes quieren futuro y que nadie les tome por tontos comprando sus votos con bonos de 400 euros. Es cierto que son más influenciables, pero precisamente por eso tendrían que tener el camino despejado o las herramientas para hacerlo sin echarse en brazos de falsos ídolos. Ahí hay mucho que hacer, empezando por quitar todas las telarañas de desesperanza y los convencimientos de que da igual lo que se esfuercen porque su futuro será peor que el de sus padres o, para evitarlo, tendrán que coger el pasaporte y marcharse de España. Ante todo esto, ¿qué nos queda? ¿Coger el coche e irnos a «rumbear» con los amigos mirando de paso las luces de Navidad? ¿O meter una botella y mucho papel higiénico y que sea lo que Dios quiera, como al principio de la pandemia de coronavirus?