Ahora que la cajera ha insultado a don Manuel Fraga Iribarne, ha llegado el momento de reivindicar el nombre de uno de los políticos más ... originales de los últimos sesenta años. Don Manuel era un acorazado de la política. Se decía que el Estado anidaba en su cabeza y, como Romanones, prefería encargarse de los reglamentos. Las leyes se las dejaba a don Torcuato, que fue quien diseñó aquel paso de las Termópilas que iba de la ley a la ley. Y, sobre todo, sin molestar a nadie, que ya se sabe lo levantiscos y trabucaires que somos los españoles.
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Ocurrió entonces que don Manuel volvió de Londres porque el bombín no acababa de sentarle bien y en España había que formar a toda prisa un partido político, monárquico y de derechas, como el de Winston Churchill. Pero al rey no le pareció suficiente y mandó al motorista a casa de Arias Navarro y se sacó de la manga el centro democrático de Suárez y por ahí todo seguido hasta la Constitución.
En esas estábamos hasta que llegaron los trenes de Zapatero cargados de mochilas, muertos y el «guerracivilismo» congénito de los socialistas, que son como la tormenta perfecta y la crónica de una ruina anunciada.
Claro que mucha ruina no parece que haya, pues dicen que don Vito ha ofrecido un cheque en blanco a su colega José Luis Burdeleschi, también de la familia Genovese, a cambio de su si-lencio en los tribunales, micrófonos de ambiente y demás mentideros de la villa y corte. De manera que los cepillos eclesiales del Estado deben de estar rebosantes de sustancia, porque no creo que el partido, por mucho negro que le haya llovido desde el cielo de las aerolíneas, pueda respaldar los caprichos millonarios de un adicto a las sábanas del burrito blanco, que para mí son las más suaves y rentables del mercado bursátil.
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Tampoco creo que el cheque ofrecido sea contra alguna cuenta particular de don Vito, pues no se estila, ya sé que no se estila, que los políticos utilicen su propio peculio para operaciones puramente delictivas. Naturalmente, para esas maniobras se ha inventado el dinero de todos los españoles, ya que somos millonarios y no nos importa financiar, faltaría más, las golferías de nuestros próceres, no en vano se desviven cada día y cada noche para que todos gocemos de la vida a cuerpo de rey, que para tal fin nos volvimos monárquicos y demócratas, como nos recomendó don Manuel.
Claro que si la economía fuera de bien como nos dice don Vito, la cesta de la compra no estaría, qué digo por las nubes, sino a punto de meter los mimbres en uno de esos agujeros negros que, al parecer, son tan negros como los sobres de Ferraz y el bosque animado de su fontanera más chantajista y estrábica que jamás se haya visto en el gabinete oftalmológico del doctor Caligari.
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Imagino, claro, lo que Fraga diría en el Parlamento acerca del precio de las lentejas, los garbanzos y, sobre todo, la docena de huevos, maldita sea, que ha subido hasta las mil pesetas, cuando con Franco no pasó jamás de los cinco duros, lo mismo que la leche, el pan y no digamos la carne de cerdo, que ahora viene infectada por uno de esos bichos africanos, seguramente marroquí, que el profesor don José Ángel Sánchez, un sabio en la materia, tal vez me explique algún día, D.m., a la hora del aperitivo en el Plus.
Por cierto, me encontré hace medio siglo con dos Manuel Fraga en unos aseos del Hotel Las Ba-tuecas, en La Alberca. Estábamos los dos solos y se me ocurrió decirle: «Don Manuel, picha espa-ñola no mea sola». «Así es, mi querido amigo, me contestó, y jamás dude de que esa es una de las claves de la unidad de España». También él, don Manuel, fue otra de las claves para que una lumbrera como la Montero hoy pueda mostrar al mundo a dónde llega su comunismo de mansión hortera, aldeana y de las Jons. O sea.