CRUZ DE GUÍA

Versículos con autotune

Lo que en nuestros padres y abuelos era religión, en Rosalía se ha convertido en lenguaje visual. En el fondo, un creer que salve del olvido

Viernes, 31 de octubre 2025, 06:00

Un alambre de cobre protege una puerta de hierro forjado sin cristales. 1898 figura en el dintel. Las tres vueltas sobre sí mismas tratan que ... el cordón metálico sirva de cerradura que no detiene ni siquiera a las hojas secas. Sobre el suelo grisáceo ni siquiera se intuye el mármol blanco. Las tres rosas rojas olvidaron su lozanía a la semana de ponerlas. Olor a agua sucia, fregonas escurridas, escobas sin cerdas para repetir la visita anual. Ella, mi madre, lo hace porque lo vio a hacer a la suya. Coge el coche de línea que para en un pequeño pueblo entre Salamanca y Zamora para llegar al cementerio. Se coloca en el centro de las tres lápidas. Limpia las argollas. Se para un segundo frente al marido, que la convirtió en viuda cuando cumplió 26 años. La abuela, que marcó el legado. El recuerdo que ni siquiera se atreve a susurrar. La lágrima castellana que nunca sale al exterior. Se repite la misma letanía cada año: habría que pintar el techo y poner los dichosos cristales. Y quitar el alambre que protege. ¿Qué quieres que resguarde?, pregunto. Ella no se ríe. Llevamos dos horas allí. Cinco minutos le dedica al silencio. Cambia los paños, coloca las rosas nuevas, un centro en el medio. «Es para los tres». Siempre el mismo mantra. Es su fe. No necesita ser explicada.

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Mientras tanto, Rosalía resuena. Lo hace en el coche de línea. Creo que es la tercera vez que la escucho hoy. He leído 300 análisis de una canción a los 30 segundos de ser sacada. Lo hace con las manos juntas y la mirada al cielo mientras que su público responde como si asistiera a una especie de liturgia moderna como si la nueva espiritualidad hubiera sustituido los bancos de la iglesia por los escenarios musicales. La joven cantante desconocida que llegó a nuestra ciudad dentro del FÀCYL hace ocho años eleva a los altares del pop las imágenes de una fe que, hasta ahora, no iba acompañada de grandes gestos: una vela, un rosario, una visita al cementerio, un funeral como ya representó Tangana al contar con una agrupación musical en el inicio de 'Demasiadas mujeres'.

Lo que en nuestros abuelos era religión, en Rosalía se ha convertido en lenguaje visual. La artista ha convertido el imaginario de la fe en un espejo donde muchos jóvenes encuentran identidad y belleza en, quizás, una forma contemporánea de rezar donde también haya espacio para el autotune. No hay misal, pero sí hay versículos en los que cada capítulo del Evangelio se sustituye por el minuto y los segundos de la canción. En el fondo, no hay tanta distancia entre un versículo y un verso cuando buscan conmover al alma.

No ha pasado desapercibido incluso entre la Iglesia institucional. «Si Rosalía y su equipo de marketing ven que hablar de Dios, vestirse como una monja y cantar las consecuencias del vacío existencial que provoca el materialismo tiene algo que decir, seguramente es porque hay una corriente de fondo», aseguró el presidente de la Conferencia Episcopal en Salamanca.Paula Vega, la misionera digital, reconocida por la Santa Sede, lo recordaba a los profesores salmantinos de Religión: «Hablar de Jesús en las redes no es cosa de influencers, sino de testigos».

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En esta víspera de Todos los Santos, mientras se cambian las flores marchitas, se susurran las oraciones con miedo mientras se mira al cielo, el lenguaje de la fe cambia de lengua, de ritmo, de símbolo sin olvidar que la búsqueda de lo existencial sigue habitando en lo más hondo del ser humano. Porque en el fondo —entre la flor marchita y la canción que suena en el autobús— seguimos buscando lo mismo: una forma de creer que nos salve del olvido.

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