Entre todos los sentidos del ser humano, posiblemente el más extraordinario es el olfato, capaz de trascender lo que llega a sus terminaciones nerviosas para darle un significado que nace en lo más hondo de nuestras emociones. Y de esta manera, el olor a quemado con el que alguna de las pasadas noches nos hemos ido a la cama no traía consigo la imagen bucólica de una chimenea en invierno o el crepitar de la lumbre en una cocina. Era olor a angustia, a desolación, a miedo. Olor a incendio.
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No hay palabras de consuelo para el que presencia cómo un incendio devora su casa, amenazando su vida y la de sus animales. Es imposible reconfortar a quien, tras una lucha estéril contra el fuego, debe acabar aceptando su fracaso y huir, dejando atrás todo, para al menos salvar la vida. Esto es lo que está ocurriendo en España en las últimas semanas. Como cada verano. Pero no por previsible es menos doloroso, al contrario. Porque se sabe, porque se espera, porque la única incertidumbre es saber dónde sucederá en esta ocasión. Y cuando llega el momento, a la frustración por no poder controlarlo se suma la punzante duda de si alguna medida podría haberlo evitado.
Aunque resulta tentador, es muy imprudente lanzarse a proponer ideas para evitar los incendios sin ser experto en la materia. Y a la vista está que no se trata de una cuestión sencilla, cuando a lo largo y ancho del planeta, y en el transcurrir de la historia, han sido compañeros de viaje del ser humano. El calor, los rayos, el viento… factores que escapan a nuestro control llevan irremediablemente a ello. Poco podemos hacer ante esas causas. Otra cuestión son los criminales que provocan fuegos intencionados. Sobre ellos debe caer todo el peso de la Ley.
Ya que no es posible erradicarlos, la cuestión a plantear es si pueden prevenirse y minimizar sus consecuencias. Pero basta mirar a nuestros montes para comprender la envergadura de la dificultad. La superficie forestal arbolada en nuestro país se ha incrementado más de un 30% durante las últimas décadas. Este titular, tan positivo a priori, tiene una letra pequeña muy preocupante, ya que tras este aumento está la despoblación de las zonas rurales y la paulatina disminución de las tierras de cultivo y de la actividad ganadera que mantenían controlados los límites del terreno arbolado. Sin estos elementos naturales de regulación, el crecimiento descontrolado de la masa forestal se convierte en el mejor combustible para el fuego.
Es complicado, es cierto. La actuación institucional sobre la masa forestal debe pasar por una adecuada gestión, limpieza y desbroce de nuestro entorno natural a lo largo de todo el año, que permita preservar los recursos, pero a la vez garantice que se puedan perimetrar eficazmente las zonas incendiadas si es necesario. Y eso requiere la colaboración entre instituciones a todos los niveles, porque el fuego no entiende de competencias.
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Es difícil acertar con la fórmula correcta. Lo único que está claro es que escribir tuits insultantes mientras los incendios se multiplican, no lo es.
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