EN EL CENTRO DE LA DIANA

Háblame de ti, de la libertad

Sobrecoge imaginar, por previsible, a los dirigentes políticos actuales en aquel momento

Sábado, 22 de noviembre 2025, 05:50

Si has leído el título de este artículo cantando, es posible que asistieras hace una semana al concierto de Pecos, recordando viejos tiempos y dándolo ... todo. Pero también puede ser que hayas sido testigo de uno de los momentos cumbre de la historia reciente de España.

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Esa libertad a la que se referían el rubio y el moreno de Pecos aún era un experimento cuando comenzó a escucharse la canción, a finales de la década de los 70. Acababa de restaurarse una monarquía, todavía tambaleante y la democracia avanzaba con paso indeciso entre la legalización de partidos prohibidos y el sufragio universal. Un país en blanco y negro que pasaba al color levantando la voz tras décadas de susurros. España se abría lentamente al mundo tras una dictadura, aunque la generación que en aquel momento escuchaba a Pecos no era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo, más allá de sucesos aislados, como ese 24 de febrero en que nuestros padres decidieron no llevarnos al colegio.

Mucho ha llovido desde aquel noviembre de hace cincuenta años. Tanto como para olvidar que los derechos y libertades que ahora pasan desapercibidos no siempre estuvieron ahí, y que costaron horas incontables de conversaciones y cesiones, en las que sus protagonistas apartaron intereses particulares por un bien común. No se trata de idealizar ingenuamente la etapa de la Transición, que también tuvo sus luces y sus sombras, pero justo es reconocer que si la concordia fue posible –como reza el epitafio de la tumba de Adolfo Suárez- fue porque la sociedad y sus representantes políticos hicieron un esfuerzo para que así fuera. Los protagonistas de aquel momento histórico demostraron activamente, con palabras y hechos, su intención de construir sobre el solar que la dictadura había dejado tras cuarenta años. Podrían haberse enzarzado en acusaciones, reproches e insultos, aprovechando la crispación generalizada que había en la calle, pero, al contrario, mitigaron la agitación popular demostrando tolerancia y respeto.

Sobrecoge imaginar –por previsible- a los dirigentes políticos actuales en aquel momento. ¿Estarían a la altura de las circunstancias extraordinarias que estaban teniendo lugar? La corrupción, los insultos, los ataques en redes sociales y los intereses particulares no tienen cabida si se trata de dar estabilidad a un país. Y no resulta fácil visualizar a los protagonistas políticos actuales comportándose de una forma distinta. Por eso, las excepciones, que afortunadamente existen, las que proclaman y buscan de verdad el diálogo y el consenso, hoy en día son tan imprescindibles como hace cincuenta años, porque cuanto más marcada es la tendencia social a la crispación y la intolerancia, más necesario se hace que quien representa a los ciudadanos sea un modelo de respeto y diálogo constructivo.

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Siempre he defendido que para ser buen político es necesario ser buena persona, pero en estos momentos parece que la única fórmula para llenar las calles es insultar y desacreditar a los contrarios. Tal vez lo podamos comprobar hoy en nuestra ciudad.

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