EN EL CENTRO DE LA DIANA

Barbie Jane Goodall

El hombre evolucionó no por ser bueno o malo, sino por su capacidad de elegir ser lo uno o lo otro

Sábado, 11 de octubre 2025, 05:30

¿Qué méritos se necesitan para convertirse en una Barbie de la limitada colección «Mujeres que inspiran»? Apenas una veintena de mujeres han logrado entrar ... en este selecto grupo, donde científicas, ingenieras o deportistas, pasadas por el tamiz de imagen de la marca, recuerdan a las niñas que no hay límites para sus aspiraciones. Y entre ellas, una de las muñecas más llamativas es la que incluye la figura de un pequeño chimpancé: Barbie Jane Goodall.

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Hace una semana conocimos la triste noticia del fallecimiento de una etóloga muy particular, que ponía nombre a los animales en sus investigaciones, en vez de numerarlos como hacen sus colegas. Una científica que transformó el conocimiento que existía sobre el comportamiento de los chimpancés, ya que hasta la aparición de sus trabajos, la comunidad científica atribuía el uso de herramientas y la presencia de emociones y lazos afectivos profundos exclusivamente al homo sapiens. A pesar de compartir con los chimpancés casi el 99 % de los genes, y aunque nuestros sistemas inmunes, digestivos y circulatorios son prácticamente iguales y nuestra estructura ósea es muy similar, fue necesario que Jane Goodall demostrara que algo más nos unía: sus interacciones sociales se regían por sentimientos idénticos a los nuestros.

Tras décadas de estudio y convivencia con primates, llama la atención que al ser preguntada por su animal favorito, su respuesta fuera: el perro. Los chimpancés, en palabras de la investigadora, son demasiado parecidos a los humanos, no todos son agradables y pueden llegar a ser muy crueles. Sin embargo los perros son fieles y entregan su amor incondicionalmente.

Parece que el ancestro común de hombre y chimpancé, hace varios millones de años, poseía un lado bondadoso, que le dirigía a la cooperación y la empatía, que permiten la caza en grupo, la ayuda mutua y el cuidado de las crías. Pero también tenía un lado oscuro, regido por la competencia y la agresividad, que le llevaba a los actos más brutales contra sus propios congéneres o cualquier otro ser vivo. Ambas caras de la moneda fueron determinantes para la supervivencia de las dos especies. Pero, en ese caso, ¿qué nos distingue de los primates?

La respuesta es simple. La diferencia radica en lo que equilibra ambas fuerzas, algo inherente y exclusivo del ser humano: la razón y la moral que nos señala los límites, cuándo y hasta dónde utilizar una u otra faceta. El hombre evolucionó no por ser bueno o malo, sino por su capacidad de elegir ser lo uno o lo otro. En palabras de Jane Goodall: «Cada uno de nosotros tiene dentro un lado oscuro y un lado compasivo; nuestra humanidad depende de cuál alimentemos».

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Durante miles de años han sido las construcciones sociales, morales y culturales humanas las que han mantenido bajo control nuestro lado ancestral y primitivo. También son las que nos han permitido evolucionar, aunque haya sido en un inestable equilibrio. Pero sobre todo, son las que necesitamos que prevalezcan en estos tiempos convulsos. Gran responsabilidad, esta de alimentar el lado bueno.

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