El divorcio en España está a la orden del día y lo tenemos más que normalizado en nuestra sociedad. Pero esta ruptura en muchas ocasiones ... deja víctimas que no son culpables de que a sus padres se les acabara el amor o que después de décadas se dieran cuenta de que no encajaban. Sí, son los hijos. El divorcio es la retorcida pregunta de si quieres más a mamá o a papá llevada al extremo. Pues, aunque hay infinidad de ceses de la convivencia, hay uno que tiene 11 millones de víctimas colaterales. Se trata de la ruptura de la derecha española que ha derivado en una lucha encarnizada por la custodia de 11 millones de almas entre el PP y Vox.
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Encontrar cuándo se fue al traste esta ruptura es misión imposible. No hay un día que se rompa el amor, sino que se va erosionando y nunca se va a poder determinar la fecha y hora de la muerte de una relación. Estos 11 millones de hijos (que son los que votaron en las últimas elecciones generales a estos partidos: 8 al PP y 3 a Vox) asisten desde hace ya tiempo a cómo sus progenitores políticos se tiran los trastos a la cabeza por ser el más querido entre ellos, pero no se percatan de que existe un mal mayor que es que con esta guerra interna dan las llaves de un país a un presidente como Pedro Sánchez. El líder del PSOE come palomitas desde La Moncloa haciendo lo que le venga en gana, ya que sabe que hasta que ese divorcio no entre en la fase de cordialidad su cargo está más que seguro.
Los divorcios tienen sus fases. En la inicial, los padres se tiran cosas en cara del pasado, buscan ganarse a los hijos haciendo de menos al otro progenitor y la guerra psicológica se juega cada minuto. Después, con el tiempo, la cosa se va calmando hacia una paz más o menos estable, ya que por el bien de los hijos se hace cualquier cosa. PP y Vox están en ese furor guerrero del inicio de un divorcio, pero sus vástagos piden a gritos que lleguen a un punto de encuentro por el bien de la familia, que en este caso es el país.
En comuniones, finales de campeonatos de fútbol o de baloncesto, cumpleaños, graduaciones o bodas los padres coinciden. Se sientan en la misma mesa y de forma educada fingen que se pueden soportar incluso con las nuevas parejas delante, aunque luego al llegar a casa haya chismorreo. Los hombres nos fijamos en si el nuevo tiene pelazo, en si está gordo o en qué coche tiene, para ir haciendo un perfil en nuestra cabeza. Las mujeres ponen el foco en estos saraos familiares en el tipo, en posibles operaciones y en cómo va vestida. No se lleven las manos a la cabeza. Esto es humano y es la realidad que además se camufla con un 'si no me importa nada la otra o el otro…'.
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Por este motivo, Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal están condenados a entenderse para derrocar a Sánchez y por el bien de sus hijos ideológicos. Se acabaron aquellos años de familia feliz, cuando veraneaban juntos en El Puerto de Santa María con las mayorías absolutas. Eso, al menos a corto plazo, no va a volver en este fragmentado espacio político actual en España, por lo que no les queda otra que ir a las bodas de sus hijos y sentarse en la mesa nupcial y disimular durante unas horas que hubo un tiempo en el que fueron una familia.
La izquierda, que en este tipo de escenarios es más lista, lo ha comprendido bien y no es nada raro en el cumpleaños del niño ver a PSOE, Podemos y SUMAR de tregua comiendo tarta y cantando el 'feliz en tu día', aunque el lunes en el Congreso se apuñalen por leyes e intereses propios.
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Como en la derecha sigan con el 'como vaya tu madre o tu padre, yo no voy', Sánchez ganará siempre.