Goya, Gaudí, Morante...

¿No hubiera usted pagado por ver en una taberna de Madrid a Quevedo componiendo versos? Pues es lo mismo

Lunes, 22 de septiembre 2025, 06:00

Los antitaurinos lo tienen muy complicado. No les auguro un futuro esperanzador para sus intereses. Ayer estuve en La Glorieta al reclamo de Morante de la Puebla y lo pensaba mientras que disfrutaba de una tarde de toros en buena compañía. Los que quieren acabar con esta tradición ancestral lo tienen muy crudo, y más en una Salamanca que sigue más enamorada que nunca de ese animal y de esos seres mitológicos que se visten de luces para bailar con ellos sobre el albero.

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Hay un ambientazo. Los bares de alrededor estaban hasta arriba con gente en la calle disfrutando antes de la corrida. Una vez dentro, se rozaba el lleno y la tarde olía a histórica, como casi siempre que es Morante de la Puebla quien hace el paseíllo. El diestro cigarrero ya ha entrado en los libros de historia y viaja hacia la eternidad. Se encuentra ya en el mismo club que Quevedo, Goya, Velázquez, Picasso o Gaudí. Es un genio contemporáneo que hay que aprovechar para verlo en directo y después dar la murga a los nietos dentro de unos años diciendo que le viste torear en Salamanca. ¿No hubiera usted pagado por ver en una taberna de Madrid a Quevedo componiendo versos? Pues es lo mismo. Por eso me compadezco de los antitaurinos. Van a tener que esperar al menos 100 años más para ver desaparecer la Fiesta Nacional, lo que tardará la tauromaquia en encontrar al sucesor de Morante de la Puebla.

La fiesta de los toros no es un simple entretenimiento. Es un lenguaje artístico con sus códigos, su liturgia y su estética, comparable en intensidad y en capacidad simbólica a la ópera, al flamenco o al teatro clásico. Un torero que se juega la vida frente a un animal de 500 kilos está poniendo en escena la fragilidad de lo humano frente a la fuerza bruta de la naturaleza. El pase bien ejecutado, el silencio expectante en la plaza y la tensión del público conforman una experiencia colectiva difícil de sustituir por otros espectáculos contemporáneos.

En Salamanca van a tener mucho trabajo los antitaurinos. Es algo que está arraigado y metido en los árboles genealógicos de los salmantinos, en cuyos baúles de recuerdos muchos de esos episodios que se guardan con cariño tuvieron que ver con un familiar y una corrida de toros. Muchos primeros recuerdos de un salmantino son en una plaza de toros con un abuelo, abuela, padre o madre. Y las ganas de transmitir ese legado a las nuevas generaciones son infinitas.

Defender los toros no implica obligar a nadie a asistir a una corrida. Y es que en el hecho de no imponer es donde reside la clave de la cuestión. Yo no prohíbo prácticas veganas que me parecen que atentan contra la salud de personas que siguen unas absurdas dietas. Están en su derecho, aunque opine lo contrario. Además, la oleada del buenismo y de lo políticamente correcto también tiene una respuesta contrarrevolucionaria. Al que le gustaban los toros un poquito, ahora le gustan mucho más por aquello de ir a la contra de los que te quieren decir cómo pensar y cómo divertirte.

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Antitaurinos del mundo, lo lleváis crudo. El futuro de la tauromaquia estará asegurado mientras que se siga jugando al toro y mientras que las escuelas sigan teniendo esa ilusión y sean esas fábricas de sueños. No aflorarán matadores de toros como el inigualable Morante de la Puebla, pero sí nos ilusionan los Marco Pérez, que mantienen en pie la bandera de los que queremos ser libres y pensar cómo queramos y no cómo ninguna tendencia woke, que esperemos que sea pasajera. Lo dicho, antitaurinos, centraos en otras zonas del planeta, que en Salamanca pincháis en hueso y los charros no se doblegan así como así.

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