Hay una deriva muy peligrosa en un estado democrático y es que la ciudadanía se distancie en exceso de las instituciones. Noto en conversaciones con amigos, en reacciones a noticias escandalosas y en debates que la gente ya ha tirado la toalla. Hay una especie de resignación generalizada que consiste en 'intento salvarme yo y los míos y el resto que se apañe'.
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Es hasta lógica esta reacción y esta nueva postura de una inmensa mayoría. Pedro Sánchez y los suyos se han reído y se mofan de todos los valores institucionales y han mandado a la cuneta todo lo que nos unía como sociedad. Éramos una piña contra el terrorismo. Todos protestábamos al unísono contra el independentismo. Había consenso en ser inflexibles con la corrupción, viniera del color que viniera. Todo eso se ha ido al traste.
El Gobierno negocia con EH Bildu la famosa 'Ley Mordaza'. El pacto incluye la retirada «progresiva» de las pelotas de goma, una modificación legal para acabar con las devoluciones en caliente en frontera en un plazo de seis meses y rebajar las condenas por faltas de respeto y desobediencia a la autoridad. ¿Alguien me puede explicar esto? Ni fachosfera, ni bulos de la derecha, ni apertura de miras, ni Gobierno de consenso, ni leches. Esto es una aberración a nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestros valores y es una bofetada emocional a todos aquellos que sufrieron con el terrorismo. ¿No vendieron la moto de que se ganó la guerra a ETA? Pues si de verdad se ganó, no hace ninguna falta negociar nada con ellos. Los nazis perdieron la Segunda Guerra Mundial y tuvieron que capitular sin condiciones. Es como si ahora pactáramos con un partido político heredero de aquella ideología nazi las leyes europeas de inmigración, xenofobia o qué sí y qué no se puede hace para invadir Polonia.
Hemos tirado la toalla también en el tema independentista. 'Es que ya cansa', dicen muchos con razón, pero el caso es que por mantener la aritmética democrática más macabra que existe, el líder del independentismo se está riendo del Gobierno y de todos los españoles con una inquietante impunidad.
En otra época, no hace mucho tiempo atrás, si un presidente tenía problemas de corrupción en casa con su mujer o en la cena de Nochebuena con su hermano, estaba obligado a dimitir por decencia o a convocar elecciones. Nada de nada.
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El hartazgo social es de tal calibre, que a Pedro Sánchez, el peor presidente de la democracia rompiendo el histórico récord de inutilidad de José Luis Rodríguez Zapatero, no le puede sacar nadie de la Moncloa, ya que la gente ha tirado la toalla y lo han dejado por imposible. ¿Qué más tiene que pasar para que el país abra los ojos y vote en masa para que se vaya?
Las generaciones anteriores de mis padres y abuelos tenían un respeto a las instituciones muy elevado, los de mi quinta por aquello de lo que nos quedó de la educación que nos dieron mantuvimos un poso, pero en la actualidad a las nuevas generaciones les importa un bledo todo ese tinglado. Como para que no pase eso, si el rey emérito sale en unas fotos comprometedoras con una vedette.
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Con este percal, no es de extrañar que la gente se ponga modo «supervivencia» y cuando llegue a casa pase olímpicamente del telediario y se abrace a cualquier serie de cualquier plataforma que le haga olvidarse de la pesadilla que está viviendo. Y el problema es que el Gobierno nos quiere así: desgastados y quemados. La esperanza es lo último que se pierde, pero es que cada vez conozco a menos mujeres que se llaman así.
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