El verano está muy bien, pero descoloca. Esto que van a leer en esta columna de opinión no lo escucharán por las calles estos días y es que es un concepto que piensa mucha gente, pero que no se atreven a decir por el qué dirán. Las ventajas y las delicias del verano son innumerables, pero también tiene una cara B que aflora y normalmente acentúa sus efectos con la edad. Del verano me gusta el sol, las noches fresquitas, unos días en la playa, ver a amigos y familiares y la comida, pero hay una letra pequeña que la queremos obviar y está ahí en cada periodo estival.
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Como uno haga picadillo las vacaciones cogiéndose semanas sueltas, llega a estas fechas que no sabe si tiene que estar pisando el acelerador en el trabajo o frenando a tope para descansar. Uno viaja a destinos espectaculares y los sube a sus redes sociales, pero lo que no cuenta es que después de 43 días seguidos en la piscina por la tarde, lo mismo ya no te apetece bañarte. No es el fin del mundo. Es humano. Le pasa a mucha gente, pero lo vive en silencio, como casi todo lo que cuento en esta columna.
Cuando ya cumples unos años estar más de 10 días fuera de casa se hace cuesta arriba. La playa y comer y cenar fuera está genial, pero en su justa medida. Si te pasas de dosis, por mucho que lo niegues, tu cabeza te pide volver a tu cama, tu baño, tu sofá y tus cosas.
Yo describo aquí realidades que se viven estos meses y es que para contar lo genial que es el verano ya tienen ustedes las redes sociales de su círculo más cercano, donde todo es maravilloso. Me chifla ese truco del que se ha ido una semana de vacaciones, pero está subiendo fotos 12 o 13 días seguidos dejando en el aire que todavía sigue en la playa, cuando en realidad ya ha vuelto a su casa.
Una especie que nunca estará en peligro de extinción es ese miembro de la familia que no quiere ir de vacaciones. Va obligado. Suele ser el padre. Se aburre en la playa y pasa de la piscina. Se anima en las comidas y en el paseo nocturno con el helado, pero el resto del día en el apartamento o en el hotel busca los fichajes de su equipo mientras que espera a que empiece la liga. Sí, hay más personas de las que se creen para las que ir una semana a la playa con su familia es un suplicio. Solo el motor ilusionante de unos nietos puede paliar la 'tortura' de estar en un apartamento costero de sábado a sábado.
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¿Y los niños? Los padres sueñan, ahora en agosto y después de unos 60 días sin clase, con el primer día de colegio. No es que no quieran a sus vástagos, es que los pobres críos después de haber ido a la playa, a la montaña y estar más arrugados que un garbanzo, tras días interminables en la piscina, están más que aburridos de todo. Necesitan volver al colegio y a las rutinas. Esto pasa también en los mayores, donde ni los más entusiastas se mueren por volver a trabajar, pero sí por los hábitos cotidianos que a la postre son los que van construyendo nuestra felicidad, aunque suene más aburrido que hacernos una foto de un pie en una playa paradisiaca en busca de me gustas bajo el título 'Recargando pilas'.
¿Y la productividad? Hay muchas personas que no se pueden tirar dos meses y medio sin rascar bola, ya que no comerían ni podrían pagar las facturas. Se suelen llamar autónomos. El que quiera trabajar en verano se las ve y se las desea para encontrar a alguien. Antes era solo agosto el que era un mes 'inhábil' en muchos aspectos, pero es que ahora desde el 1 de julio a septiembre no hay ni un día hábil. 'Eso ya lo vemos en septiembre después de vacaciones...' es una frase muy escuchada en periodo estival, pero es que además en Salamanca se extiende 'hasta después de Ferias'. Las prisas laborales no casan con el gazpacho y el melón. Disfruten del verano lo máximo, pero no intenten ocultar que también tiene sus cosillas.
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