Que eran fiestas, las de agosto, y cuando se dio la voz de alarma faltaban tractores para tanto voluntario. Que no tardó un segundo en ir a por el tractor para el cortafuegos o tirar agua. Entre llamas. Sin mirar atrás. Ni adelante. Que era ayudar. Que era poner en riesgo la vida por parar el fuego. No importaba. Y después de eso, ya es lo de menos contar que estaba en riesgo el tractor, que a lo mejor aún paga. Y que lo hicieron por salvar su nave, su ganado, su casa, su pueblo... Pero es que muchos se arriesgaron por una nave que no era suya, un ganado que no le pertenecía, un pueblo con el que a lo mejor existía rivalidad... Y por todo ello, que no era suyo, lo dieron todo. Que se habla de los voluntarios de la Dana, y normal que se hable y pocos homenajes llevan, pero poco aún de estos valientes que han salvado nuestros pueblos. Y las vidas. De personas y de ganado. Que se la han jugado también para que no quedaran atrapados entre las llamas vacas, ovejas o cerdos. Y si los salvaban, el resto importaba algo menos. Que hubo momentos y lo cuenta ella, que perdió miles de kilos de paja y forraje y había tanta gente ayudando que parecía imposible ver el fuego. Y que ahora, con todo tan desolador, le queda ese recuerdo de todos allí, junto a ella. Y después de las llamas, la oleada de solidaridad, porque no hay quien no ofrezca un camión de paja o lo que sea, aunque aún no tenga todo lo que necesita para pasar el invierno. Esto es el campo y el medio rural. Que es difícil tanto derroche de solidaridad. Y tanto conocer cada rincón de la finca y saber cómo situarse para frenar una oleada de llamas. Y conocer la naturaleza y saber cómo actúa porque son muchas horas de observación. Que a tanta política medioambiental de despacho y pupitre le falta tener más en cuenta al que supo cómo controlar un fuego o podar una encina. Que siempre en los pueblos ha habido incendios, pero nunca como los de ahora. Y dicen que será por el cambio climático, que influirá. Pero en la zona de Cipérez no hay escasez de vacas para pastorear, pero si un campo sucio incluso con ellas. Que no se puede cortar ni una zarza o retirar una piña. Y que con una chispa todo arde más que antes. Y a ver si el plan de emergencia climática va a ser la excusa perfecta para hacer la vida más imposible al agricultor y al ganadero. Esa solidaridad es lo que le queda ahora a aquel de El Payo al que el fuego le llevó la parcelita de pinos, chiquitita, que quería dejar de herencia a sus hijos. Se le saltan las lágrimas cuando lo cuenta.
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