Luis González de la Huebra, el comerciante que revolucionó la vida de Salamanca
Desde sus Grandes Almacenes de Novedades de la calle San Pablo, importó desde Europa a finales del XIX innumerables artículos por entonces desconocidos
Hay personajes en la historia de Salamanca que nunca ganaron batallas, ni hicieron hallazgos científicos históricos ni pelaron por el Tour de Francia, pero sí contribuyeron con su oficio al cambio de mentalidad de sus paisanos y a la evolución de usos, gustos y costumbres. Este es el caso del comerciante y fotógrafo Luis González de la Huebra, de quien el pasado jueves 15 se cumplía el centenario de su fallecimiento. Sin embargo, da la impresión de que Salamanca ha dejado pasar la oportunidad de recordar como se merece la aportación de este salmantino que creyó en la innovación y en el progreso y los puso al servicio de sus conciudadanos.
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En su obra “Luis González de la Huebra y los orígenes de la modernidad en Salamanca” , editado en 2001 por la Filmoteca de Castilla y León, el investigador histórico e hispanófilo Conrad Kent destacaba que “en su inquieta vida de comerciante, viajero, representante de agencias literarias y empresario de fiestas, [Huebra] fue dejando complejo testimonio de una ciudad en su tránsito hacia la modernidad y, sobre todo, de las costumbres que estimulaban en los salmantinos el deseo de participar en la Europa moderna, deseo que él mismo ayudó a moldear”.
La Salamanca del último cuarto del siglo XIX, en la que Huebra fue protagonista desde su actividad comercial y, más tarde, su protagonismo social, vio llegar la modernidad a través de la publicidad de prensa, carteles , folletos, fotografías y postales en las que los salmantinos descubrían las novedades de Europa. Lo que no leían en los papeles lo oían a los viajantes que recalaban en el Hotel Comercio –ubicado en la plaza de los Bandos en el lugar que después ocuparía el actual edificio que fue del Banco de España– o en los cotilleos sobre las cosas de la capital que se deslizaban en las obras que se representaban en el Liceo.
Y a la ventana hacia las fascinantes modernidades europeas el salmantino medio podía asomarse en los “Grandes Almacenes de Novedades” de Luis Huebra, al comienzo de la calle San Pablo, el negocio familiar creado por su padre Joaquín y que hoy día mantienen sus nietos José Manuel, Eduardo e Ignacio. En aquel bazar de fantasía, los más pudientes podrían encontrarse desde lámparas de araña, pianos y trajes elegantes hasta polvos de arroz, agua de colonia y ramos de flores artificiales que les conectaban directamente con la moda de París. Para los más humildes traía esponjas, palanganas, jarras de barro y pasamanería. Y para unos y otros, tenía sillas, sillones, marcos y lámparas fábricas en alguna industria lejana que utilizaba máquinas a vapor.
Negocio familiar
La historia conocida de esta familia de comerciales se inició allá por 1821, con Joaquín González de la Huebra, de La Alberca, y su esposa María Luis González Verdugo, de Fuentesaúco. La pareja emprendió un comercio que practicaba el trueque de productos básicos por los pueblos de la provincia. Esta actividad no impidió que Joaquín, ya en Salamanca, se doctorase en Cánones por la Universidad, alcanzase una cátedra y llegase a ser concejal y luego alcalde de Salamanca en 1840. Los hijos –tuvieron seis– de Joaquín participaron en las subastas de terrenos de la Iglesia derivadas de la desamortización de Espartero y más aún en la de Madoz. Rafael, el padre de Luis, se adentró en el mundo de la especulación y expandió el patrimonio familiar comprando y vendiendo inmuebles y tierras y asumiendo una administración de lotería. Sin embargo, aunque extendió sus intereses al mundo del espectáculo como patrocinador de espectáculos y representante de artistas, Rafael terminaría enfocándose en el comercio asentando el negocio en un local alquilado de la calle San Pablo.
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Nacido en 1855, Luis González de la Huebra recibió una educación esmerada y dispuso de los recursos y comodidades de una familia cada vez más próspera. Entre 1870 y 1872 estudio en el Instituto de Enseñanza Secundaria historia de España , historia natural, matemáticas, ciencias y francés, lengua que le sería de utilidad en sus futuros viajes. Mientras tanto, su padre compraba la segunda propiedad en la calle San Pablo y encargaba al arquitecto José Secall la construcción de una vanguardista fachada única para todo el edificio.
Con notables aptitudes para el dibujo, aunque nunca recibió formación, el joven Luis fue asumiendo responsabilidades en el negocio familiar. En 1875 quedó exento de hacer el servicio militar gracias a las 2.000 pesetas que desembolsó su familia, como era costumbre en las familias pudientes de la época. Y en los siguientes años, ya libre de obligaciones para poder ejercer el comercio, fue testigo de dos acontecimientos que marcarían su vida.
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En septiembre de 1877, Salamanca se vistió de gala para recibir al rey Alfonso XII con motivo de la inauguración de la línea de ferrocarril. La vieja ciudad quedaba conectada a Europa y al mundo por Medina del Campo, Burgos y San Sebastián hasta París. Al año siguiente, ese tren le llevó hasta la capital francesa, donde asistió a la Exposición Universal de 1878. Las 745 instalaciones en el Trocadero y el Campo de Marte abrumaron a los visitantes, entre ellos el joven Luis Huebra, con las últimas novedades comerciales, artísticas e industriales: entre éstas, maravillas como la maquina de vapor, el linóleo, el papel pintado, las estufas de hierro y las nuevas máquinas de escribir Remington.
Aquello revolucionaría el negocio familiar de los Huebra. Para Luis, el reto era “enlazar aquel mundo deslumbrante con las duras calles y austeras viviendas de Salamanca”, según apunta Kent. Comenzó a promocionar entre sus paisanos productos nunca vistos y pronto empezaría a visitar los grandes centros industriales de Europa para comprar productos y cultivar contactos con los proveedores premiados en la Exposición. De esta manera, Luis Huebra invitaba a los salmantinos a adentrarse en la cultura del consumo.
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La fotografía fue una de las principales ‘novedades’ que ayudó a popularizar a gran escala la exposición de 1878. El arte hasta el momento limitado a la práctica profesional se convertía ahora con los nuevos aparatos en un ‘hobby’ que democratizaba su práctica en la sociedad. Al tiempo que vendía cámaras, papel y químicos en su comercio, Huebra se dejó fascinar por un artículo que convertiría en su personal forma de expresión artística.
Luis Huebra, fotógrafo
La ciudad de Salamanca y sus gentes serían el objetivo de aquellas primeras fotos de Luis Huebra. Abandonando la estela de las fotografías monumentales que practicaban los nombres más destacados de la época en España como Charles Clifford y Jean Laurent, el salmantino reflejó la actividad comercial de sus paisanos, ambientes y vistas de la ciudad, que suponen un documento gráfico de la épica tan novedoso como impagable.
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La vista desolada del barrio de los Milagros, la actual Vaguada de la Palma, desde la muralla, o el terreno que es actualmente la plaza de San Cristóbal, con las lejanas torres de la Clerecía al fondo, aportan nuevos puntos de vista sobre los espacios urbanos de la Salamanca de entonces, pero con un mirada no interesada en las singularidades arquitectónicas. La pasión fotográfica de Huebra aportaría con sus imágenes una importante fuente de documentación sobre la geografía humana y la historia viva de Salamanca.
Además de conservar la documentación comercial que permitió conocer la historia de su negocio, hoy el más antiguo de Salamanca, Huebra quiso guardar cuidadosamente las placas fotográficas de toda su vida comercial y artística, que tras la donación familiar hoy conserva la Filmoteca Regional. Entre las imágenes de esas colección también esta documentada la transformación del Palacio de la Salina tras convertirse en sede de la Diputación en 1884. Los Huebra se encargaron de comprar e instalar una escalera de mármol que costó 14.000 pesetas y colaboraron con el arquitecto Secall en la transformación del edificio.
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Entre la Exposición Internacional de 1978 y su boda en 1878, Luis Huebra se dedicó a convertirse, según Conrad Kent, en “la persona con más mundo de la ciudad”. Destacaba por su porte elegante, vestido a la última moda parisina, e intensificó sus contactos con fabricantes y proveedores para convertir su tienda en una “fuente de ilusiones”. Ya al frente del negocio familiar tras la muerte de su padre Rafael en 1886, completó la transición del antiguo negocio de quincalla que inició su padre a todo un mundo de maravillas en el que tenía cabida desde los artículos de higiene y estétetica –instaló en Salamanca el primer “water closet”– hasta muebles exóticos, delicadas vajillas y moderna tecnología de la época.
Siguiendo los pasos de su padre, Luis Huebra ocupó cargos en el Casino de Salamanca, que llegaría a presidir. En 1883 intentó poner en práctica un sistema de iluminación eléctrica que habría sido pionero en Salamanca, apenas dos años después del primer experimento en los palacios del Marqués de Comillas con el rey Alfonso XII. El complejísimo proyecto en el Casino no salió adelante, y Salamanca tuvo que esperar a la llegada de Carlos Luna para beneficiarse de la iluminación artificial. Huebra colaboró entonces con la expansión de este avance prodigioso vendiendo aparatos eléctricos y los primeros electrodomésticos.
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Contrajo matrimonio en 1888 con María Sánchez Rodríguez, hija de una familia acomodada de Béjar. Intensifico sus contactos con el mundo artístico y sembró Salamanca de pianos, pianolas y de arcaicos reproductores musicales como el ariston, ayudando así a popularizar el acceso a la música. Huebra asistiría a dos Exposiciones Internacionales más en París , en 1889 y 1900, y con ellas llegaron a Salamanca los ornamentos de estilo oriental y los últimos diseños y telas con las que introdujo un nuevo modelo de elegancia femenina que fue tomado como fascinante referencia para las salmantinas.
Las políticas proteccionistas del Gobierno frenaron en varias ocasiones la expansión de su negocio, que tuvo que recurrir a proveedores nacionales para hacer frente a la creciente competencia. En 1892 alcanzaría la presidencia de la Cámara de Comercio y en torno al cambio de siglo Huebra se embarcó en proyectos variopintos mientras sostenía a duras penas la rentabilidad de la empresa familiar: emprendió un ambicioso proyecto urbanístico junto a las vías de tren que se quedaría en negocio de plantas y flores “Villa Teresa”, participó en la sociedad que construyó la plaza de toros de La Glorieta y, años mas tarde, en 1920, hizo lo mismo con la editorial que alumbró LA GACETA REGIONAL. Y, entre otras muchas iniciativas llevadas más por la pasión personal que por la búsqueda de rentabilidad, promovió ya en los albores del siglo XX junto a su amigo Carlos Luna la fiesta del Coso Blanco. Reivindicar la celebración más lúdica fue una de las últimas metas de este salmantino singular, que llegó a ser en su época “el hombre con más mundo” de Salamanca.
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