Que todos nacemos iguales es un enunciado hermoso para teólogos salmantinos –nuestro Vitoria lo sostuvo con los indios—, o para encabezar declaraciones pomposas —como la ... de Filadelfia fundando los EEUU—, pero la realidad es muy otra. La desigualdad nos perseguirá —lo dice un privilegiado—, hasta el final de los tiempos. ¿También por estos andurriales? Pero si ocurre ¡desde antes de la Reconquista!, y lo arrastramos. Sánchez Albornoz estudió la despoblación del valle del Duero y en su fabulosa “España, un enigma histórico”, llega a calificarlo de “desierto”, aunque algunos campesinos, pese al dominio musulmán, se aferraron al llano (como en Abusejo, Traguntía, Anaya...) o a la sierra (él cita La Alberca, Mogarraz, Béjar...). Son los repobladores quienes posteriormente pusieron nombres basados en la topografía (Tremedal), en alguna condición del lugar (Palaciosrubios), e incluso algún defecto (Tornadizos).
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Cuestión distinta es la igualdad de oportunidades, que tampoco se logrará nunca, aunque algunos han luchado para tenerlas desde niños (ejemplo conmovedor, el gran Venancio Blanco, nacido modestamente entre Matilla y Robliza). Hoy tampoco es lo mismo que uno viva en Salamanca que en la Raya de Portugal o cerca de las Hurdes. Nos separa Internet, disponer de wifi veloz, como en la capital, o no tener cobertura para el móvil ni subiéndose a un cerro próximo a la salida del pueblo. Y hoy día ese gigantesco medio no llega aún a demasiadas zonas de España, menos aún de Salamanca. LA GACETA publicó ha tiempo que los salmantinos —y en general los castellano-leoneses—, estábamos a la cola de la alta velocidad (nacional 80%, charra 65%), y uno ha oído en los medios lamentos de vecinos de Tordillos, Doñinos y tantos otros. Resumen: 150 localidades salmantinas (33.000 paisanos) sin cobertura. Una consecuencia grave, actual, de esa insoportable brecha, por no decir pitera: poder defenderse con ese medio del coronavirus, y estudiar mejor, sea presencialmente (la opción deseable), o en casa (inevitable, al primer niño que evidencie febrícula).
El medio es la pantallita, donde llegan lecciones, cultura, sabiduría, aunque también —es obvio—, adicciones, juego, sexo o delincuencia. Costa y los regeneracionistas gritaron “¡Escuela y despensa!”. En esta provincia tuvimos la suerte del paso por el Ministerio de Educación de don Filiberto Villalobos, que construyó muchas escuelas rurales. ”El príncipe destronado” de Delibes, es un niño que pasa horas jugando imaginativamente con un tubo de pasta de dientes agotada. Mi generación jugó por los suelos con los modestos platillos, y heredaba los libros escolares (y la ropa) de los hermanos mayores. Por entonces un alcalde de Salamanca, en su toma de posesión, hizo “un llamamiento angustioso” a las Órdenes y Colegios (que lo escucharon a regañadientes), para escolarizar a miles de niños, miles, que ¡en esta culta ciudad!, con todo el mundo calladito, carecían de maestro y donde recibir clase. Pregunten en Pizarrales. Hoy la diferencia no es moco de pavo, pero no es aquella brutal. La marcan las pantallas, sus conexiones y la velocidad. Los niños que ahora poseen lo que Umbral llamaba “chismes”, tienen el mundo a su alcance, aunque sabemos por estudios rigurosos que si abusan - cosa frecuente -, y los padres o tutores no los controlan, pierden memoria, percepción, aprendizaje, y los mas adictos, incluso debilitamiento del córtex cerebral (¡).
Por estos pagos llegamos tarde a la industrialización; soportamos las centralitas de teléfono con horas de espera para una conferencia (“que no soy la radio, que soy Eladio”, ridiculizaba Gila la pésima audición, salvo para la cotilla telefonista); a los frigoríficos con la fresquera; a la televisión y sus repetidores; a la informática... y ahora, a las llamadas nuevas tecnologías, que unos disfrutamos y otros, a los que no les llegará nunca un cable (acaso la débil señal de un repetidor), rabian lógicamente por alcanzar. “No hay derecho”. Hay que ofrecer las mismas oportunidades de desarrollar el talento, o de malgastarlo. Ahí Castilla y León, con fama ganada a pulso de preparar los mejores alumnos, debe redoblar esfuerzos, marcarse presupuestaria y políticamente la cobertura integral de nuestro solar disperso, si, de muy poca densidad de población, dicen “vacío”, pero con un potencial humano extraordinario.
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Reconozco que algo ha hecho nuestra Diputación. También Castilla y León ha hecho esfuerzos por romper tan irritante desigualdad entre ciudadanos conectados y los condenados al desenganche, o a la enojosa lentitud. Cubrir 94.000 kilómetros cuadrados (la mayor región de Europa), 2.250 localidades, con una densidad de población ínfima (tenemos un 75% menos que el resto de España), es tarea ardua, costosa, pero justa y debería ser prioritaria para todas las Administraciones. Por eso imploro el festina lente, (apresúrate despacio), esculpido en la Universidad.
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