Se nos va la olla

Lunes, 28 de diciembre 2020, 04:00

Se nos va la olla, se nos fue o nos la quitaron, pero en algún momento la hemos liado o nos la han liado. Hace ... no muchos días en el bar de una gasolinera camino de Alba de Tormes parece que una olla se dio a la fuga, era exprés y así fue la desaparición de la misma, visto y no visto, según cuentan. La cosa tiene su gracia, alguien la debió ver tan sola que a buen seguro sintió la necesidad de hacerle compañía y se la llevó consigo.

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Como la olla, exprés, así están sucediendo muchas cosas en esta España nuestra. Se toman decisiones y se aprueban leyes muy de prisa y no sé si a la ligera pero no da tiempo ni a pensarlas y mucho menos a entenderlas, tan solo acatarlas. Se nos está yendo la olla o nos la están quitando, como la de la gasolinera.

Fue muy famosa durante mucho tiempo, y siempre a determinada edad, aquella frase de: “La religión es el opio del pueblo”. Ay si Karl Marx, el padre del socialismo científico y el comunismo moderno, levantara la cabeza. ¿Dónde diría que está hoy el opio del pueblo? Se volvería loco tratando de descubrirlo a juzgar por las conciencias dormidas y sonámbulas que campan a sus anchas por este gran teatro del mundo que diría don Pedro Calderón de la Barca.

Quizá el problema esté en no encontrar una verdadera válvula de escape que dé sentido a nuestra vida. Sometidos a presiones de todo tipo nos cuesta cada vez más encontrar un respiro, un alivio, un aliento, un ánimo, una motivación. Quizá ese sea el problema, que en lugar de afrontar y enfrentar la realidad desde la exigencia y la responsabilidad buscamos la manera de escapar y le estamos echando a la vida más morro que el que contenía la olla del bar de la gasolinera. Sea como sea, se nos está yendo la olla, padecemos una especie de Alzheimer de conciencia y de consciencia que nos lleva hacia una apatía conformista, como si nos hubieran vacunado contra la crítica y la rebeldía. Estamos entrando en una realidad y un estilo de vida, cada vez más generalizado, donde la ley que impera es la ley del mínimo esfuerzo. Nos cuesta ser solidarios hasta para defender la vida y luchar por la supervivencia en medio de esta pandemia maldita, donde muchos se sumergen en la desgracia y el sufrimiento mientras otros engordan sus fortunas. Una pandemia maldita donde el ser humano se deshumaniza para dejar de tener nombre y apellidos y convertirse en mero dato estadístico que contribuirá, eso sí, a enriquecer los estudios futuros sobre demografía y no sé cuántas cosas más. En fin, teniendo en cuenta el día que es hoy está bien que seamos santos e inocentes pero no inocentones. Pongámonos un poco serios y volvamos a llamar a las cosas por su nombre, que el fin no justifica los medios y mucho menos a los mediocres.

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