No sé si está “furioso/áspero, tierno, liberal, esquivo/alentado, mortal, difunto, vivo/leal, traidor, cobarde y animoso”, como describió Lope de Vega el enamoramiento, ... o como dicen en mi pueblo, le ha pasado por encima el camión de la basura, pero Alfonso Enrique Ponce Martínez, o sea Ponce, el excelente torero valenciano, treinta años de alternativa, se nos ha prendado de una jovencita almeriense rubia -ignoro si natural o de bote-, monísima. Ésa es la actualidad y a mí me dicen que escriba de noticias frescas, sugerencia que acostumbro seguir. Vamos palante y salga el sol por Antequera.
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Aunque en cuestión de belleza no hay reglas que valgan, yo no la cambiaría por “la titular” -como se dice coloquialmente-, o sea, Paloma Cuevas, la hermosa y elegante hija del torero Victoriano Roger Valencia, (cuasi licenciado en derecho por Salamanca). Para mí no hay color, Paloma posee una belleza madura extraordinaria, y esta Ana Soria es simplemente una niña, en agraz, muy bonita, pero como tantas. No me pidan que opte por sus buenas cualidades, que ambas las tendrán, porque no las conozco, pero sí sé que Paloma Cuevas ha vivido siempre con discreción, y ahora se ha limitado a decir que, para sobrellevar su delicada situación, se amparará en la fe y en sus dos pequeñas hijas.
Los toreros en activo, son valientes que no dan pasos de baile con una brillante y ajustada taleguilla, que marca su paquete. Se enfrentan a las cinco de la tarde con animales de media tonelada con pitones. Decía Agustín de Foxá que la fiesta nacional sería un como un ballet afeminado si en la frente del toro no brillase una guadaña. Por ello los diestros tienen lógicamente alborotados los sentimientos y son, además, machos. Tienen miedo a las astas, pero tienen otros afectos, sentimientos, pasiones, sean por la madre que se quedó en casa rezando, la novia en la barrera, o quizá la misteriosa mujer que preguntó al mozo de espadas el número de la habitación del hotel donde se aloja.
El lance amoroso que ha dado Ponce, se viene repitiendo desde la prehistoria de la fiesta. Porque, como en la hipérbole de Federico: “por tu amor me duele el aire/ el corazón/ y el sombrero”. La última mirada de “el pasmo de Triana” fue para aquella hermosa rejoneadora colombiana, con los recónditos ojos negros de su origen, Arabia, que se supone provocaron el trágico final de Belmonte. Es frecuente el enlace entre un torero y una tonadillera y baste recordar el de Antonio Márquez, “el Belmonte rubio”, con doña Concha Piquer; el de su hija Conchín con Curro Romero; o el de Rocío Jurado con Ortega Cano. Es más difícil el enlace entre toreros y ganaderas, como dejó cantado la Piquer en algunas coplas: “Madrina”, en que la condesa que ordenó a sus mayorales que encerraran dos erales para el mocito que rondaba por su dehesa, acabó enamorada sin ser correspondida; o “Con divisa verde y oro”, que estrenó en el Teatro Coliséum de Salamanca en unas Ferias, y cuya letra aseguran que escondía los amores del Algabeño, por una ganadera charra, aquella bellísima Pilarín Coquilla, que como la princesa Mafalda, enterrada en nuestra vieja Catedral, “finó por casar”.
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Lo frecuente es el éxito de los toreros entre las mujeres, digan lo que quieran las feministas. ¿Recuerdan “El relicario” que Sarita Montiel iba a hacerse con los trocitos del capote del torero, que “iba en calesa pidiendo guerra y yo al mirarle me estremecí”? Jesulín de Ubrique organizó corridas solo para mujeres y algunas acababan tirándole su lencería al ruedo, mientras Belén Esteban le tiraba los trastos y se largaba. Solo la familia Dominguín y sus ramas daría para una tesis doctoral sobre la cuestión: Luis Miguel, al que muchos no han perdonado -cochina envidia- su pregonada conquista de Ava Gardner, o su accidentado matrimonio con Lucía Bosé; sus colaterales y sus frutos, como la bellísima Carmina Ordóñez con Paquirri -luego con la Pantoja-, y la descendencia, repitiendo siempre relaciones: Cayetano el guaperas, y Francisco Rivera, con la duquesita...
Tema inagotable para revistas del corazón (o la entrepierna), pero también para la copla y el poema. Aunque aquí tenemos ejemplos de familias taurinas verdaderamente “ejemplares”. Y uno conoce algún caso (entre maestros) digno de un bonito romance con final no trágico, -como es frecuente-, sino feliz, o sea, comiendo perdices. Pero de todos estos no seré yo quien diga nada. Si me he atrevido con la actualidad, la del torero buen chico, ya maduro, al que camela una veinteañera bonita. Mi simpatía está con la Paloma herida.
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