Hace exactamente un año me estrenaba en estas páginas de LA GACETA narrándoles una fábula sobre la banda del Chafandín, el famoso bandolero que atemorizó ... a las gentes de la comarca allá por 1800. Por lo visto en algún extraño momento los cuatreros, igual que reptiles darwinianos, evolucionaron y ahora los clasificamos en la categoría de políticos.
Publicidad
Para no perder la costumbre les traigo una ficción que quizás no esté muy lejos de la realidad:
Un día después de las últimas elecciones Pedro Sánchez levantó el teléfono y llamó, de manera latebrosa, a Bruselas. En esa conversación el felón presentó su plan para formar gobierno en España. Sánchez ya tenía la complicidad de su secuaz, el príncipe de Galapagar, pero se quedaba corto de apoyos parlamentarios. Las cuentas no salían. Necesitaba la ayuda comanditaria de etarras, independentistas y demás gentuza de la carda. Pactar con un partido constitucionalista no entraba dentro de los planes del traidor pues esto supondría verse limitado. Prefirió hacer la componenda con la escoria del Reino; a ellos sí les podría comprar con platos de lentejas. De rebote Sánchez quedaría como un político de raza y salvaría el tipo.
Pero el plan de Sánchez tenía un escollo; los independentistas querían tajada, no lentejas. Anhelaban ver a sus infames líderes en la calle y si Sánchez no claudicaba ante sus pretensiones iríamos a otras elecciones. Su jugada maestra pasaba por pedirle al Tribunal de Justicia de la UE que fallase a favor de la inmunidad de Junqueras. El Tribunal, como buena cenicienta de saldo y esquina, concedió. De esta forma, si los independentistas vuelven a las andadas, el en funciones podrá hacer de Pilatos, mostrar las palmas y decir a las cámaras: «no es culpa mía».
Antes vigilábamos las fronteras para protegernos de los enemigos de España; ahora el enemigo duerme en la Moncloa. Sus compinches se han hecho fuertes en las herriko tabernas —el verdadero Parlamento Vasco—, y en el Parlamento de Cataluña ya han acordado cómo repartirse el botín. Como manda nuestra negra tradición histórica cuentan con la confabulación de franceses, belgas y tudescos. Mientras tanto nuestro pobre Rey se mantiene agazapado en la trinchera, rezando por pasar inadvertido, y porque entre las condiciones de rufianes, pistoleros y cheposos no esté la de facturarlo a África sin billete de vuelta.
Publicidad
Si Sánchez fuera un inoperante, como el inepto de Zapatero, podríamos dormir medianamente tranquilos pues la cosa se podría solucionar con más o menos sacrificio. El problema es que nos dirige un psicópata en funciones, un pancista desposeído del más mínimo apego por la nación.
Hoy, como ayer, la ambición desmedida de un hombre nos lleva a la segmentación de España. Bienvenidos, queridos lectores, al segundo Tratado de Utrecht.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión