Ochocientas primaveras

Viernes, 27 de diciembre 2019, 04:00

Estos días renovamos nuestros mejores propósitos de cara al año que se avecina. Además, las festividades nos ayudan a despejarnos de algunos problemas cotidianos y, ... por ello, a reflexionar sobre aquello que cada cual puede hacer para que nuestra existencia en común sea más agradable y próspera.

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También las instituciones disponen de esta oportunidad. Ya sé que opinar sobre la actual política de Estado —o sobre su ausencia— es inútil, y que una panda de desaprensivos incapaces de entenderse están dispuestos a jugarse el poder a los chinos, si la Abogacía del Estado o las urnas no les resuelven la papeleta. Los polí-ticos son los encargados de arreglar los problemas de los ciudadanos, y no al re-vés. Aún hoy, creo que no se han enterado.

Hablemos de la Universidad de Salamanca, una institución mucho más próxima; esa veterana de ocho siglos a la que he dedicado casi treinta años de trabajo. Durante bastante tiempo participé en su gestión, asumiendo mi cuota de responsabilidad como docente e investigador. Creo que no desempeñé mal mi cometido. Por voluntad propia, hace tiempo que dejé esa faceta, lo cual no me ha privado de mi condición de prosélito del Viejo Estudio: presumo de mi pertenencia y, por ello, me interesa y me preocupa su trayectoria.

Guiar un elefante de ochocientas primaveras no es fácil, pero, al margen del dinero, creo que aún no nos hemos liberado de buena parte de nuestros problemas históricos. Ejercemos la autonomía universitaria, pero la gestión y la vanidad —tan frecuente en nuestro ámbito— no siempre forman una buena pareja de baile. La burocracia nos devora sin compasión, perjudicando con frecuencia a quienes trabajan mucho y bien. Gozamos aún de una marca de prestigio, pero ello nos obliga a cuidar mucho con qué socios emprendemos nuevas aventuras. Los objetivos no siempre están claros y la improvisación se abre camino, aunque sea para ganar ciertas batallas.

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Creo que éstas son algunas de las cuestiones pendientes que han llevado a un cierto grado de desafección de los miembros respecto de su comunidad, derivando de ello una preocupante falta de participación constructiva que, a su vez, dificulta la identificación de los intereses generales. Como en la política de Estado, aunque los problemas sean diferentes.

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