El mundo cambia y con él cambia nuestra manera de ver e interpretar la realidad. Parecen ir en paralelo la revisión de las verdades consideradas ... absolutas en el Siglo de las Luces y la deconstrucción del lenguaje. Los recursos que la tecnología más avanzada pone a nuestro alcance difunden no solo nuevas realidades sino nuevos modos de expresarlas, de manipularlas. La comunicación dispone de unos medios impensables hace unas décadas. Con lo que eso supone de bueno y de malo.
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George Orwell nos recuerda en su 1984 que en ese mundo distópico todos los libros se reescriben, todos los cuadros se vuelven a pintar de nuevo, a toda manifestación artística e incluso urbanística se le cambia el nombre y las fechas se adulteran en función de las exigencias y requerimientos del poder. Estamos, pues, ante el lenguaje como instrumento de manipulación social.
Ahora, en un proceso similar, se reescriben las obras de Roald Dahl para “purificarlas” de léxico supuestamente incorrecto. Pero es que hasta las novelas tan conocidas de Ian Fleming (agente 007) se revisan con el fin de adaptarlas a la “sensibilidad” de los lectores actuales en lo tocante a las referencias raciales, sexuales y machistas. O se les añade una nota mediante la cual el editor considera que se pone a salvo de posibles perjuicios: “Este libro se escribió en una época en la que determinadas palabras y actitudes que hoy los lectores considerarían inapropiadas u ofensivas eran de uso corriente”. O bien, cortando por lo sano, introducen las “actualizaciones” sin más remilgos explicativos. Ante esta avalancha censora cabría preguntarse si se va a hacer lo mismo con Mein Kampf, por ejemplo. Esperemos que al menos se salven las novelas de Jane Austen, si es que los puntillosos censores no encuentran algo punible en las bellas y entrañables descripciones familiares y campestres de la remilgada autora inglesa. Las nuevas versiones edulcoradas de cuentos infantiles están ya gozando de novedosas adaptaciones acordes con el brochazo censor y progresista. Y, desde luego, aquellas novelas del Oeste que leíamos en la adolescencia serán pasta de papel, si es que aún queda alguna en las librerías de viejo. Ya no será necesario quemar libros. En esta furibunda oleada de ultracorrección política bastará con reescribirlos a gusto de la hipotética “sensibilidad” de los lectores de cada momento. Pero las sensibilidades del pasado están ahí y es preciso comprenderlas y asumirlas con madurez y espíritu crítico, el mismo que se intenta barrer de los modernos sistemas educativos, universidades incluidas. No se puede eliminar de un plumazo el pasado simplemente porque incomoda a una serie de mentes pacatas, obtusas e ignorantes; inofensivas si no fuera porque tienen el poder en sus manos. Y lo ejercen. Para mal.
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