Lecturas entretenidas

Sábado, 25 de julio 2020, 05:00

Leyendo, uno se divierte o se aburre, sea una columna de opinión, un cuento, una novela, ¿no es cierto? Me gusta más el verbo aburrar ( ... embrutecerse), que aburrir, porque idiotizarse leyendo es de panolis. O sea, que busco lo que me ilustra, que al tiempo sea divertido, porque si me aburra, aprendí de Umbral lo que conviene: ¡libro a la piscina! Los coñazos que me habré tragado, que ahora hago lo que usted, sin duda: si empiezo una columna y me atostona, mojo el índice y paso página.

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Esta semana se ha celebrado el Día del Libro, que la pandemia impidió en abril, aunque con el confinamiento han aumentado los lectores. Por ello sucumbo a la tentación de todo escribidor, recomendar a los pocos lectores que me queden, los libros que me han enseñado cosas y entretenido. Y mira por cuanto, recibo de mi admirado Emilio de Miguel un ejemplar de su “Paseo entretenido por textos medievales” (Ediciones Universidad de Salamanca), con el que estoy disfrutando y aprendiendo cantidad. ¿Cree usted que los textos medievales castellanos son un latazo para expertos? Paseando por ellos con los comentarios del “filólogo profesional y divulgador voluntarioso”, el profesor De Miguel, les aseguro que uno se reconcilia con ellos. No he tenido la suerte de estar entre sus alumnos, los muchos que le “oyeron escribir este libro”, como reza la dedicatoria. Por ello es de agradecer este paseo, porque a uno le hubiera gustado estudiar filología, y escuchar sus lecciones, pero se ganó la vida de otro modo. Eso sí, estudiando Derecho, y a menos de cien metros de las aulas de Anaya, algunos nos colábamos ocasionalmente en las clases magistrales -y amenas-, de Lázaro Carreter, antes de escribir “La ciudad no es para mí”, cuando aún no era Director de la Academia de la Lengua, sino Rector del Mayor San Bartolomé. Y de paso veíamos, por ejemplo -placer añadido-, a la alumna Charo López, que -por cierto-, sigue tan guapa.

Un solo ejemplo elocuente: el capítulo “Sin novedad en el amor”. ¿Alguien pudo pensar oyendo el lamento del Fary (Dios le haya perdonado), “te vas a casar con otro”, que la letra era original? Pues no es que recuerde al corrido mexicano que cantó Jorge Negrete: “Si Adelita se fuera con otro...”; que pueda evocar a Javier Krahe, en “Ay, dama de mis pensamientos/ vas de luna de miel/ sin que yo sea él”; quizás a Manolo García, “saber que no me amas y amas a otro”; la “profecía” de Rafael de León que uno recuerda recitada en la radio de cretona, basada en el “no te mando más castigo/ que estés durmiendo con otro/ y estés soñando conmigo...”. Es que ese tema ¡ya estaba en una jarcha!, si, de la España musulmana, que dice “ya sé que amas a otro...”; y ¡en un villancico medieval!, “amores me matan madre”, tema que ahora, y han pasado siglos, canta Sabina en el álbum “Yo, mí me, conmigo”, expresando su deseo de “morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres”.

De la misma y prestigiosa Facultad salió en su día el hijo de doña Victoria Adrados, un titán de las Humanidades, fallecido esta semana. Entre otros muchos libros inasequibles al indocto, el académico don Francisco Rodríguez Adrados, compuso una antología del cuento erótico griego, latino e indio, ilustrada por Mingote, que en su día me apresuré a comprar y fruir, y que con motivo de la marcha del gran salmantino, pienso rescatar de la estantería para releer. ¿Aburridos los textos antiguos? Depende. Estos, apasionantes.

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Como a uno le gusta seguir a nuestros mejores universitarios, les propongo, por último, “La imbecilidad del sexo femenino. Una historia de silencios y desigualdades” (Editorial Paso Honroso), estudio realizado con primor y rigor por la catedrática de Derecho Romano Amelia Castresana, que días atrás visitó estas páginas -y las de “La Vanguardia”-, por un motivo personal, dando ejemplo de cómo se sobrelleva una enfermedad con elegancia. La “imbecilidad” del título va lógicamente entrecomillada. Asequible a cualquiera, nos enseña cómo empezó entonces la discriminación por sexo, con textos y citas increíbles no ya para las esforzadas feministas, sino para cualquier ejemplar de macho ibérico.

Y, en fin, me espera el libro que me envía el coordinador de varios profesores, Arturo Santos, presentado ayer en la Diputación, que ha colaborado con Ediciones de la USAL, para editar “Un ilustrado francés en la Universidad de Salamanca”, sobre el General Thiébault, que parece que hizo bastante más que despejar de casuchas la plaza de Anaya. Ya tengo “pasto espiritual” para la próxima semana.

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