Escribo esta columna en la tarde del Jueves Santo, jornada en la que la Iglesia Católica celebra el “día del amor fraterno”. Por este motivo, ... al encontrarme imbuido de un cierto carácter caritativo y también, todo hay que decirlo, para que no se me aplique el Código Penal, no pongo a continuación lo que pienso de los responsables políticos que han aprobado esa medida consistente en hacer obligatoria la mascarilla en todos los lugares, aunque sea al aire libre y se pueda más que guardar la llamada distancia de seguridad. Ahora resulta que un pastor que está solo, repito solo, sin ver a otra persona, todo el día, con las ovejas o las cabras como única compañía en medio del campo o del monte, debe llevar la mascarilla puesta sí o también. Otro tanto cabe decir del agricultor que pasa su jornada laboral a pie de campo y a cielo abierto, sin ver a otro semejante durante horas, y que también tiene que ponerse esta mordaza. Eso por sacar a relucir dos ejemplos relacionados con la actividad laboral, asunto al que se ha prestado menos atención que al de la mascarilla en las playas, supongo que por aquello de la Semana Santa.
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No entra en mi cabeza y no he logrado encontrar una explicación convincente a lo que ha pasado, hasta llegar a la publicación en el BOE de la Ley correspondiente con esa medida. Después de dar algunas vueltas al asunto he llegado a una conclusión: nos están poniendo a prueba a los ciudadanos hasta ver lo que aguantamos en el recorte de nuestras libertades con la excusa, grave por supuesto, de la pandemia. “A ver hasta dónde aguantan estos y, si cuela, coló”, deben haber pensado los responsables de semejante ataque, no solo a la libertad, sino al sentido común. Otro tanto se puede decir del ataque a la inviolabilidad de un domicilio, asunto que también ha estado de plena actualidad durante los últimos días. El problema radica en que los ciudadanos, muchos de ellos muertos de miedo, tragamos y tragamos. Mientras tanto, el proceso de vacunación, verdadera solución para cercar al virus, avanza en los países de la Unión Europea, incluida España, a paso de tortuga, en lo que bien puede calificarse de fracaso estrepitoso de la BB (Banda de Bruselas) que, además, actúa con una falta de transparencia total, a pesar de lo mucho que presumen de ella. Un grupo de eurodiputados han tomado cartas en el asunto y han pedido a la Comisión Europea que se explique y que haga públicos los contratos con las farmacéuticas. Ya veremos si lo consiguen. Mientras tanto, insisto, los ciudadanos tragando y tragando con medidas que chocan directamente con el sentido común. Nos tienen amordazados y lo toleramos.
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