Quienes confían en que las protestas que en estos días inundan las calles de toda España derribarán al Gobierno sanchista, abandonen toda esperanza. El resiliente ... de La Moncloa aguantará la presión (más bien la ignorará porque vive en los mundos de Yupi), los comunistas con los que comparte consejo de ministros seguirán aferrados a sus sillones porque no tienen dónde caerse muertos si dimiten; y los golpistas, proetarras y el resto de antiespañoles que le apoyan no le abandonarán porque saben que con ningún otro presidente les irá mejor con este Sánchez débil y precarizado.
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El insaciable pasajero del Falcon tiene toda la intención de permanecer en vuelo hasta finales de 2023 o principios de 2024. Todo lo que le permita la legislación vigente y un día más, si puede. Ninguna calamidad, ninguna especie de catastrófica desdicha obligará a convocar elecciones a este aprendiz de Maquiavelo que sobrevive acosado desde todos los frentes, criticado con la boca pequeña por sus socios indeseables, vituperado por la oposición ojiplática, insultado por los agricultores y ganaderos cabreados como monas, por los camioneros en la ruina, los consumidores asaeteados por la factura energética, las patronales arrepentidas de su colaboracionismo, los sindicatos aquejados por un repentino ataque de conciencia e incluso los simpatizantes del PSOE que lo son también de los saharauis traicionados con nocturnidad y alevosía.
La gran pregunta en estos días en que España hierve de rabia es ¿por qué no hace nada el presidente de nuestro Gobierno? ¿Por qué se empeña en retrasar la adopción de medidas urgentes para evitar tanto dolor y tanta ruina como estamos viendo casi en directo? ¿Por qué permanece inmóvil mientras el incendio se extiende por todo el país? ¿A cuento de qué viene eso de esperar a lo que decida Europa, un tipo acostumbrado a tomar por las bravas, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, las decisiones más relevantes, incluso las que afectan a los asuntos más delicados de la política exterior?
Sobre este particular existen casi tantas teorías como analistas. Los exégetas del sanchismo están despistados. Hay quien considera que se trata de una estrategia dilatoria para seguir recaudando cientos de millones de euros en impuestos, unos fondos que le vienen de perlas para tapar los insondables agujeros causados por el despilfarro gubernamental.
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Una explicación más sencilla apunta a que Sánchez y su legión de bien pagados asesores no saben cómo reducir el encarecimiento de la energía, y tan pronto proponen bajar impuestos como poner topes a los precios o arbitrar ayudas directas a los sectores más afectados. Otros piensan que seguir los dictados de la Unión Europea le servirá de excusa y le ahorrará costes de imagen, y no está mal tirado, porque Sánchez vive por y para la imagen (para el espejo, para las cámaras...).
Yo me apunto a una idea más simple: no hace nada porque no lo necesita. O al menos cree que no lo necesita.
De hecho, las encuestas siguen dando a Sánchez ganador de unas hipotéticas elecciones. Ayer mismo publicábamos en LA GACETA una encuesta que otorgaba a los socialistas entre 108 y 114 escaños, con los mismos votos que en las últimas generales, mientras que la suma del PP de Alberto Núñez Feijóo (105-109) y Vox (56-60) se quedaba muy lejos de la mayoría.
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En el peor momento de su ya insoportablemente largo mandato, cuando todo se la puesto cuesta arriba al Gobierno, con la inflación desatada, la economía camino del desastre y el personal enfurecido contra un Ejecutivo paralizado, Su Sanchidad mantiene simpatías entre el electorado que le permitirían repetir en el cargo con el apoyo de toda esa panda de abominables compañeros Frankenstein que lo sostienen.
Esa misma encuesta coloca a Feijóo como político mejor valorado en España, pero ese ‘cariño’ no es suficiente para darle la vuelta a la tortilla. Al gallego le queda mucho por remar, tras haber relevado con éxito al torpe Pablo Casado. De su solidez y fiabilidad como líder de la oposición dependerá la forja de una alternativa capaz de desalojar a la Lapa de la Moncloa. Y de lo que ocurra con el pacto PP-Vox en Castilla y León, de la capacidad de Alfonso Fernández Mañueco para domar a los de Santiago Abascal, dependerá también el principio del fin del sanchismo y nuestro futuro como nación, amenazado ahora por el impasible Sánchez.
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