El precio del medio ambiente

Viernes, 13 de diciembre 2019, 04:00

Dos semanas después de su inicio, hoy concluye la COP25. Soy crítico con este tipo de reuniones; creo que el trabajo serio y silencioso produce ... mejores resultados que un espectáculo de masas ofrecido por 25.000 personas que generan 65.000 toneladas de dióxido de carbono, aunque no usen agua embotellada en plástico. Con todo, y aun a pesar del postureo mediático de no pocos —esencial en la sociedad de consumo en la que vivimos—, la cumbre ha sido una colosal caja de resonancia para la concienciación social en torno a los problemas ambientales.

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Del cumplimiento de los buenos propósitos planteados depende que el planeta que dejemos en herencia no acabe siendo un erial insalubre. Salvo cuatro desalmados capaces de convencer a cuarenta ingenuos, nadie duda de la necesidad de reorientar nuestros hábitos para evitar la peligrosa derrota de nuestro medio natural: ya separamos nuestros residuos, usamos los puntos limpios y nos preocupamos por la eficiencia energética. Tras décadas de vino y rosas, debemos asumir que somos meros beneficiarios de un usufructo que debemos dejar en perfecto estado a quienes nos sucedan.

Sin embargo, el camino que nos queda por recorrer es aún enorme y deberá realizarse por la vía de la solidaridad. No podemos olvidar que la prosperidad económica de las naciones se ha construido a costa del medio ambiente y que, ahora que la solución del problema exige medidas drásticas, hay muchos países en vías de desarrollo que reclaman su derecho a contaminar para crecer. El problema consiste en que la Tierra ha dicho “basta” y no admite más basura. En consecuencia, es tarea de todos —porque todos vivimos en el mismo mundo— promover esa transición hacia lo verde.

Sólo para acabar con las emisiones netas de CO2 de la Unión Europea en 2050, la Comisión estima que pueden necesitarse 300.000 millones de euros anuales. La proporción que las instituciones públicas asuman de esa cuantía dependerá de la evolución del precio de los derechos de emisión o de la fiscalidad del carbono, pero, en todo caso, afectará a nuestros bolsillos. Con todo, este coste es menor que el de no hacer nada. Nuestro compromiso con la naturaleza debe ser tan riguroso como el que asumimos al firmar una hipoteca: si no pagamos nuestra cuota, nos quedaremos sin casa.

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