Tras la primera oleada de coronavirus con confinamiento incluido, envueltos todos, tocados muchos y hundidos demasiados por esta enfermedad del “no se sabe”, llega el ... momento de avanzar. La intención es buena y hasta necesaria, pero el planteamiento de cómo y hacia dónde nos sumerge a todos en un estado de riesgo y confusión, de desconcierto y preocupación. Salvo para quienes viven en la inconsciencia permanentemente, ajenos a responsabilidades de ningún tipo.
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El ambiente se calienta por momentos, más allá de las altas temperaturas que están marcando los termómetros estos días. Las cabezas y los corazones parecen, en muchos casos, alcanzar el grado de ebullición. No me refiero a las de los políticos en particular, que también, si no a las de los mortales en general. El grado de desquiciamiento va en aumento y como Dios no lo remedie, la olla express en la que estamos convirtiendo el mundo acabará por estallar.
Parece que, como la canción, andamos “un pasito pa lante y un pasito pa tras”, con lo cual nos quedamos como estamos en la nueva normalidad, que cada vez parece más paranormal, digna de un programa de Iker Jiménez. No podemos generalizar y decir que todos estamos locos, ni tampoco que todos los jóvenes lo están haciendo mal. Ahora bien, lo que sí está claro es que no podemos negar la evidencia y lo evidente es que estamos haciendo muchas locuras a modo de celebraciones de todo tipo: religiosas, lúdico-gastronómicas, fiestas varias en el pueblo o en la comunidad de vecinos, botellones incontrolados, ocio nocturno “asalvajado”, ... Todo ello sin distancia social y la mascarilla en el bolsillo. Unos más y otros menos caemos en la tentación, y si no lo hacemos pero lo consentimos estamos en la misma onda y acabaremos asumiendo las consecuencias todos. Es hora de cuidarnos física y anímicamente, porque de una y otra manera, cada vez son más los que se van marchando. No hace falta tener los datos de los suicidios que desgraciadamente se están sucediendo día tras día y uno tras otro. Tan solo hay que estar atentos a la realidad y a los acontecimientos. Fijarse un poco en cómo y de qué manera nos estamos relacionando, cómo nos hablamos y nos tratamos o maltratamos, los casos de violencia de género y de todo tipo, con muertes incluidas, que aparecen o no en los medios de comunicación. La mesa está puesta y el desquiciamiento está servido, de nosotros depende comerlo o no. La sensatez aún existe y el sentido de responsabilidad también. Es tarea de todos y por el bien de todos ponerlas en valor. Relacionarnos desde el desquiciamiento es muy agotador y supone un gasto de energías que bien podíamos emplear en ser felices y poner esperanza. Un poco de cordura por favor.
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