Catorce de abril

Avanza la cuarta ola de la pandemia y en las instituciones sigue germinando la astracanada. El pasado miércoles, el mismísimo Muñoz Seca pareció sobrevolar ese ... pleno de nuestras Cortes regionales en el que se escenificó tan lamentable recuerdo del 90º aniversario de la proclamación del Catorce de Abril. “Salud y República para todos”, dijo uno, a lo que alguien respondió “Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley”. Una vez más, asistimos a una vana teatralización de la realidad y a un preocupante deterioro de las formas que desemboca en la vulgaridad.

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En España, la cultura antirrepublicana está condicionada por cuarenta años de dictadura. Los regímenes autoritarios imponen el pensamiento único y reblandecen la capacidad crítica de las gentes, alimentando la adhesión al sistema como consecuencia necesaria de un elemental instinto de supervivencia. Esa enfermedad social no se cura con el mero hecho de aprobar una Constitución. Aún menos, si subsisten dirigentes que siguen siendo víctimas de ese pensamiento ancestral y se empeñan en resucitar los fantasmas de un triste pasado en el que todos perdimos.

Propongo una nueva forma de ver las cosas que ojalá ayude a superar tanta discusión estéril en torno al rojo o al morado. España, hoy, es una república. Lo es porque no puede ni debe ser de otro modo. Los españoles no somos súbditos de nadie, sino ciudadanos que depositamos nuestra soberanía en manos de políticos a los que elegimos y a los que podemos reemplazar; ciudadanos iguales que deciden su destino en un marco –siempre mejorable– de libertades. Sí, España tiene Rey, pero poco más queda de la monarquía que una figura simbólica y una corona sobre el escudo del Estado. Para los nostálgicos, el Rey puede personificar un pasado glorioso, pero en nuestro modelo de organización política no es dueño de su propia agenda y firma lo que le digan que firme, porque así debe ser.

La adopción constitucional de la monarquía se aceptó por respeto a una tradición y para que la figura del Rey no fuera patrimonio de unos pocos; para que fuera el Rey de todos. Con todo, mientras exista, la vigente “república española” debe asegurarse de que esta figura, simbólica y glamurosa, no nos la juegue, pues, en una sociedad democrática, sólo la virtud la legitima.

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