Me lo contó un viejo letrado. En tiempos del cuplé se celebraba un juicio en la Audiencia de Salamanca, y correspondía interrogar a la víctima ... de un navajazo durante una riña tumultuaria. El presidente preguntó a la buena mujer por su nombre y apellidos – quizás Motos, Salazar...-, pero cuando llegó al estado civil, la testigo ignoraba que era aquello y se encogió de hombros. La aclararon “que si es usted soltera, casada...”. La contestación fue: “Estoy arrimá”. A lo que el presidente, en pleno nacional-catolicismo, apostilló: “Eso no es un estado civil, sino un estado muy lamentable”. Cuando le preguntaron si la puñalada había sido en la reyerta, precisó: “No, señor Juez, entre la reyerta y el ombligo”. Bautizó el aparato genital femenino de un modo elocuente, aunque Camilo José Cela no lo recoge en su Diccionario Secreto. El Nobel murió obsesionado sin averiguar el origen del famoso dicho, de que algo se parece “al coño de la Bernarda” cuando hay un barullo (conocí los correos cruzados con su asesor, el salmantino y querido amigo Manolo García Ibáñez, que murió igualmente sin desentrañar el origen).
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Viene esto a comento, porque desotro día escribí –y varios lectores me piden explicaciones-, que doña Inés, oriunda de Salmoral, se había arrimado (se entiende que políticamente) al sanchismo. Dejar sola a la presidenta de Madrid en su pendencia con Sánchez, Illa y Simón, incluso soltar al vicepresidente de la Comunidad, Ignacio Aguado, para que se desmarque públicamente del recurso presentado contra las restricciones de Sanidad, no es una arrimada, doña Inés, sino como dicen los taurinos cuando un diestro se mete entre los cuernos para cortar orejas, un arrimón. Para torear y para casarse políticamente hay que arrimarse, pero no a un don Juan de bolera, que hoy la llama “paloma”, “gacela”... y mañana se pavoneará de su conquista y abandono en la “Hostería del Laurel”, o en la bodeguilla de Moncloa. Por cierto, ¿será el ciudadano y vicepresidente Igea quien ha convencido al presidente Mañueco que se haga también el arrimadizo a las medidas sanitarias restrictivas que Ayuso ha recurrido? Rivera se equivocó y le costó el liderazgo de Ciudadanos, e Inés Arrimadas también yerra, soportando las veleidades del trilero Sánchez, que puede acabar con un partido ya tan menguado. Pero ya se sabe que la política hace extraños compañeros de cama, según frase atribuida a Churchill, importada en la transición por Fraga.
En la misma columna decía “¡que esto no es todavía Venezuela, coño!”, empleando el usual -casi ñoño-, coño, que Cela logró incluir en el Diccionario oficial. Pero, ¡ojo!, que quede claro, voy por su quinta acepción (por tanto lejos de mi intención la primera: “Vulva...”). La empleo académicamente -nunca mejor dicho -, “para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado”. Hoy me he dicho a mi mismo leyendo el periódico “¡pero coño!” varias veces: cuando informa que Trump y señora han dado positivo (bien empleado, como a las insensatas defensoras de la manifestación madrileña del 8 de marzo que contrajeron el virus); leyendo que a un peruano, conocido como “Pollo”, le juzga la Audiencia de Salamanca por haber violado a una amiga ¡tres veces en cuatro horas! (¿habrán hecho ya un sencillo cambio en su apodo?); o el follón -bueno, mejor la jarana-, que se ha montado en toda España con la bienintencionada propuesta de la Fiscalía salmantina de poner una “M” en los vehículos de los conductores mayores (que yo, tan gastado, pondré si se autoriza).
Uno escribe como habla, y yo meto ese taco tan español de cuando en vez, aunque mi admirado y pulcro don Julián Álvarez Villar me lo reprochaba cordialmente. Hasta a mi circunspecto padre se lo oí decir en una ocasión. Mi nieto pequeño se conforma, por ahora, con ¡jopetas! Pero, insisto, su empleo no está referido al protagonista de la primera obra del hoy consagrado Juan Manuel de Prada –“coños”-, que conocí con asombro por fotocopias, cuando él estaba por aquí de estudiante y logró ya el aplauso de Paco Umbral. Sencillamente se me escapa, como le ocurrió ocasionalmente a Jesús Posada presidiendo el Senado y llamando al orden a sus señorías. Solo un cursi rematado, o una feminazi, pueden escandalizarse cuando escuchen un palabro tan inocente, arraigado, popular y sonoro. (De Tejero en el Congreso imponiéndonos el ya histórico “¡Se sienten, coño!”, prefiero no comentar).
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Afortunadamente se me acaba el espacio y no puedo opinar más de la puñetera actualidad política y económica, que a muchos nos quita el sueño, sobre todo a los ya parados y arruinados. Como dice una amiga mía muy educada “¡¡Estoy jartaaaa...!! de los políticos”. Otras dirán púdicamente que están hasta el moño, y Sarita Montiel seguramente señalaría más abajo. Yo digo ¡coño, qué mal está el patio!
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