Apagón

A trompicones, va bajando de la burra el Gobierno. Hace solo un mes, Calviño se avenía por fin a reconocer que nos esperan meses “algo ... más difíciles”. Destacadas voces hacían coro de prosperidad, como la de García-Page, que cargaba contra los “portavoces del desastre, que pareciera, con sus augurios, que quieren que las cosas vayan mal”. “Que haya turbulencias no significa que se pare el viento”, poetizaba. Pues bien, Calviño ya ha dejado de apelar a la supuesta fortaleza de la recuperación y reconoce abiertamente que “hay que prepararse para lo peor”. Y por decreto se intenta obligar a España al apagón. Sin términos medios, hemos pasado del “España va bien” a cortarnos la iluminación de las ciudades, con la misma soltura con la que en su día se pasó de que la mascarilla no era necesaria al “¡quieto todo el mundo!” del confinamiento. ¿Qué estará pasando ahora por la cabecita de Pepe Álvarez? Quizá piense que vamos a disfrutar del invierno sin calefacción “porque es nuestro”.

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Apenas se vayan los turistas, se producirá el verdadero apagón. Nos quedaremos solos, con la inflación hostigando los bolsillos de los consumidores y los balances de las empresas, mientras las subidas de los tipos de interés encarecen sin remedio la financiación y las hipotecas. El paro ha subido en julio por primera vez en 14 años; los precios de los alquileres están subiendo un 5% mensual, como en lo peor de la burbuja inmobiliaria; y el euro no se despega de la paridad con el dólar a pesar de las decisiones publicadas por el BCE, que han llegado tarde y mal.

Ante este panorama, la solución del gobierno es obligar a una revisión de calderas generalizada para la que no hay fontaneros ni técnicos de calefacción suficientes; apagar luces de monumentos y escaparates, lo que reducirá la vida de la hostelería y el pequeño comercio; además de obligar a elevar la temperatura a la que soportamos este tórrido agosto. De nuevo medidas improvisadas, sin estudios previos sobre sus consecuencias económicas, sociales o psicológicas. Es bien sabido que las altas temperaturas causan irritabilidad, insomnio, ansiedad, cansancio generalizado y desorientación, síntomas que se agravan en ancianos y enfermos. La ola de calor de julio se ha llevado 360 vidas y los grupos de riesgo estarán ahora expuestos a mayor peligro. Otros gobiernos europeos están trabajando, por ejemplo, en programas de créditos blandos para que los consumidores puedan pagar las facturas de la electricidad y del gas que se avecinan. Se implementan leyes que permitan el apoyo estatal a las empresas energéticas, como la alemana Uniper, mientras aquí se les aprieta la soga al cuello. Otra crisis sin gestión. Nos corten o no nos corten la iluminación de la Plaza Mayor, caminamos a oscuras.

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