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Jueves 16 de julio de 1936. Federico García Lorca se despide de su amigo leal Rafael Martínez Nadal en el coche cama del expreso de Andalucía que le llevará a Granada. El ya afamado poeta ha elegido buscar refugio entre su familia ante el panorama turbulento que azota al país. Un hombre pasa por el pasillo del vagón y, al verle, Federico se vuelve de espaldas agitando en el aire sus dos manos con los índices y meñiques extendidos.
–»Lagarto, lagarto, lagarto!», exclama presa de la superstición.
Su amigo le pregunta quién es ese tipo. «Un diputado por Granada. Un gafe y una mala persona», contesta. Nervioso y disgustado, Lorca despide a su amigo. «Voy a echar las cortinillas y me voy a meter en cama para que no me vea ni me hable ese bicho». El poeta ha reconocido a Ramón Ruiz Alonso, salmantino de origen y activista del sindicalismo católico. No imagina que justo dentro de un mes, irá a buscarlo a su casa de Granada para entregarlo en el Gobierno Civil. La vía que le conducirá a la muerte junto al barranco de Víznar en apenas tres días.
Se cumple el 125 aniversario del nacimiento del poeta de Fuentevaqueros y Salamanca le rinde homenaje en las pinturas de Florencio Maíllo y en la música de raíz de Gabriel Calvo. Entre los 114 retratos de Lorca y sus contemporáneos no está el del personaje que puso fin a su historia. Sería un invitado incómodo en la fiesta.
Ramón Ruiz Alonso nació en Villaflores el 14 de noviembre de 1903. Sus padres, Ricardo y Francisca, pudieron enviarle a estudiar a Salamanca, a los salesianos, donde coincidió con José María Gil Robles, que sería líder de la CEDA y ministro en la República y que se convertiría en su mentor político.
Ya en Madrid, Ruiz Alonso estudió Ingeniería, aunque no terminó, y a inicios de 1930 era sorprendente protagonista en la prensa nacional con su hermano Ricardo al completar con un amigo una marcha a pie entre Madrid y Barcelona para asistir a la Exposición Internacional. Por entonces Ramón trabajaba como delineante en la Compañía de Trabajos Fotogramétricos Aéreos. Con la instauración de la República su formación se truncó. El historiador Ian Gibson refiere que Ruiz Alonso tuvo que ponerse a trabajar como albañil ganando ocho pesetas diarias, y él mismo refirió más tarde que fue objeto de «persecución por sus ideas antimarxistas», y que tuvo que abandonar hasta seis empleos al negarse a formar parte de los sindicatos izquierdistas.
Los historiadores sitúan el siguiente destino de Ruiz Alonso en el diario católico El Debate, donde Gil Robles vio su potencial como activo propagandista para la CEDA. La prensa afín recogía en 1933 su protagonismo en numerosos mitines propagandísticos de Acción Obrerista, el sindicato de la coalición de derechas, crónicas en las que se elogiaban sus discursos pasionales y su verbo encendido. Alto, corpulento y de voz prominente, Ruiz Alonso pregonaba la doctrina social católica, comentaba la última encíclica del Papa, atacaba a la legislación de Azaña y se dirigía en tono condescendiente a socialistas, comunistas y anarquistas como «pobres engañados a los que hay que redimir».
Recolocado como tipógrafo en el periódico «Ideal» de Granada, Ruiz Alonso intensificó su labor por Andalucía, lo que le ganó un puesto en la candidatura de derechas aprovechando la defenestración, por unas inoportunas declaraciones, de Alfonso García Valdecasas, que acababa de participar junto a José Antonio Primo de Rivera en el acto fundacional de la Falange.
Las elecciones de noviembre colocaron a Ramón Ruiz Alonso en el Congreso como diputado por Granada por la candidatura de la coalición de «radicales agrarios y de derechas « que respaldaba a Gil Robles. lider del partido Acción Popular y de la CEDA. Pero la radicalización política nacional en torno a la Revolución de Octubre empujó a Ruiz Alonso al extremismo. Rompió por discrepancias internas con Acción Obrerista y tras las elecciones de 1936 y su posterior repetición por sospechas de fraude, perdió su escaño. Los estudiosos de la época advierten en estos meses sus manifestaciones su acercamiento al fascismo italiano y su rechazo a la monarquía liberal.
Dos días antes del levantamiento de julio de 1936. Federico García Loca y Ramón Ruiz Alonso –este sin saberlo– compartían viaje en el expreso nocturno a Granada. Uno buscaba refugio en plena agitación política tras el asesinato de Calvo Sotelo. El otro buscaba acción. Desde ese momento, los últimos días del poeta y el papel que desempeñó Ruiz Alonso tras el golpe han sido objeto de multitud de estudios y no pocas controversias.
En su papel de agente activo a las ordenes del nuevo gobernador civil José Valdés, Ruiz Alonso se presentó el 16 de agosto en la casa familiar de los Rosales, donde Lorca se había refugiado buscando la protección que le brindó su amigo y poeta Luis. Las posturas políticas del escritor y su condición de homosexual le habían convertido en blanco del odio irracional de los sublevados en esos días, también en Granada. Junto a Ruiz Alonso, Gibson sitúa a varios correligionarios como Luis García Alix, el capitán Fernández, los hermanos Roldán y especialmente otro militante de Acción Popular, el abogado y terrateniente Juan Luis Trescastro que alardeó después de haber participado en la ejecución: «acabamos de matar a García Lorca. Yo le metí dos tiros por el culo, por maricón», contó un testigo.
Con la llegada de la Democracia y cuando la presión mediática se le hizo insostenible, Ruiz Alonso se trasladó a vivir junto a su hija Maria Julia a Las Vegas (EEUU), donde falleció en 1978.
Treinta años después, Ramón Ruiz Alonso atendía a un joven irlandés que investigaba la muerte de Lorca. El salmantino le agradeció la ocasión de dar su versión aclarando que era la segunda vez en todo ese tiempo que le preguntaban cara a cara por su papel en los hechos. Gibson grabó a escondidas la charla en la que Ruiz Alonso decía que se limitó a seguir instrucciones del Gobierno Civil de llevarles sin más al poeta. Según el salmantino, Lorca accedió de buena gana, todo fue amabilidad y cortesía. «Yo le juro a usted ante Dios que ya no sé más», remató Ruiz Alonso.
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