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Seguro que muchos lectores veteranos los recordaron el pasado lunes entre sus recuerdos de la vieja Salamanca. Uniforme oscuro impoluto, correaje y casco blanco que los hacía reconocibles. Los guardias urbanos llegaron a mediados del siglo pasado para poner orden al incipiente tráfico de vehículos en las calles, una labor a la que tuvo que dedicarse la Policía Municipal a causa del reciente apagón.
Grandes ciudades como Madrid y Barcelona fueron pioneras en incorporar esta figura de autoridad en las calles. En Salamanca apenas hay testimonios hasta los años 50, cuando el desarrollo urbanístico de la capital y el notable crecimiento de la población trajeron consigo, como en el resto de España, el auge de una incipiente clase media y la popularización del automóvil.
Las calles de la vieja ciudad dorada, por donde los coches se colaban sin ningún tipo de miramiento —llegando incluso a la Plaza Mayor—, impulsaron al Ayuntamiento a desplegar agentes encargados de regular la circulación. Aún no existían los semáforos, y la convivencia de vehículos y peatones comenzaba a presentar problemas de seguridad en las calles, donde aumentaban los accidentes.
Los guardias urbanos pasaron a presidir los nudos de tráfico más intensos de la red vial de Salamanca, principalmente en los accesos al centro más transitados, en los cruces de la primera vía de ronda, como es el caso de la actual Puerta de Zamora, Plaza de España y Rector Esperabé con la antigua avenida de la Paz, hoy Reyes de España. También desarrollaron su labor en cruces como Poeta Iglesias, Plaza de Santa Eulalia, Plaza de los Bandos o los arcos de entrada a la Plaza Mayor.
Los guardias urbanos que contaban con un emplazamiento fijo desempeñaban su misión encaramados a un pedestal circular, que recibía el poco técnico nombre de «momia», debido al hieratismo y ceremonia de su figura, o «trípode», como se conocía al pedestal triangular. De esta manera, los guardias contaban con mejor visibilidad en los cruces y también se hacían más visibles para los conductores. Con los fríos inviernos y los tórridos veranos, bajo la lluvia y entre las nevadas, los guardias urbanos hacían más fluida la circulación de vehículos y peatones en los cruces más estratégicos de Salamanca.
Numerosos testimonios gráficos dan fe de la labor que desempeñaron los guardias urbanos en la ciudad. Lejos de la tensión y la crispación que impregnó con el tiempo el tráfico callejero, la relación con los conductores era amigable. Salvo aquellos que, por su mala cabeza, eran objeto de merecidas multas, el ciudadano agradecía sus servicios. Tanto fue así que, como reconocimiento de la ciudadanía y con la llegada de las fiestas navideñas, se popularizó la costumbre de obsequiar a los agentes con regalos navideños —los aguinaldos— que la gente depositaba junto a su puesto de trabajo en plena calle.
La estampa del guardia urbano regulando la circulación junto a cajas de botellas de sidra, licores o dulces, donados por casas comerciales y ciudadanos, es habitual en las fototecas de Salamanca. Aquella tradición se rememora hoy día cada año al llegar las navidades con la celebración del Día del Guardia Urbano.
Pasó el tiempo, y la colocación de los primeros semáforos en algunas ciudades españolas fue uno de los signos de modernidad de los que los ciudadanos presumían a mediados de los 60. En Salamanca se detectaba, al menos en algunas crónicas de prensa, cierto complejo de subdesarrollo al apreciarse que localidades de menos tronío, como Talavera de la Reina, ya contaban con aquellos postes eléctricos con luces roja, amarilla y verde, y Salamanca no.
La puesta en marcha del primer semáforo tuvo su ceremonia. El alcalde, Alberto Navarro, apretó el botón y se activó la formidable tecnología. Fue preciso, sin embargo, el asesoramiento in situ de unos cuantos guardias para explicar a los conductores que pasaban por allí el intríngulis del mecanismo. Tal vez esos guardias no eran conscientes de que, con la implantación de los semáforos, su puesto de trabajo en las calles entraba en peligro de extinción.
Los nuevos artilugios fueron extendiéndose por toda la ciudad. En mayo llegaron a la Plaza del Poeta Iglesias, que entonces era un cruce muy transitado por el tráfico de la Plaza del Mercado y de la propia Plaza Mayor. Por entonces, los coches seguían circulando por San Pablo, la Rúa y la calle Prado.
Los guardias urbanos fueron poco a poco reasignados a otros destinos. Las «momias» y los «trípodes» fueron desapareciendo de los cruces. En 1968 llegaría la primera «zona azul» para regular el estacionamiento y, desde 1970, se fue controlando el acceso rodado a la Plaza Mayor hasta su total peatonalización en 1972.
Si dispone de imágenes antiguas y originales de los guardias urbanos dirigiendo el tráfico y desea compartirlas, puede hacérnoslas llegar, junto con los datos de identificación, a nuestra sede en la avenida de los Cipreses, 81, donde serán digitalizadas para su publicación. Si las imágenes son digitales, le invitamos a enviárnoslas por correo electrónico, indicando en el asunto 'Memorias en blanco y negro', a la dirección lector@lagacetadesalamanca.es o a través de este código QR.
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