Entre el bronce y el cielo: historia de los 'Mariquelos'
Durante más de tres siglos, familias enteras vivieron en la torre de la Catedral. Entre el eco de las campanas y los ascensos a la veleta de la torre aún resuena el nombre de los Mesonero
Manuel Barroso
Salamanca
Lunes, 10 de noviembre 2025, 06:30
La tradición de los Mariquelos, originada en Salamanca tras el terremoto de Lisboa de 1755, sigue viva más de dos siglos después. El 31 de octubre de aquel año, la ciudad tembló con fuerza, y el Cabildo de la Catedral decidió que cada víspera de Todos los Santos alguien debía subir a la torre para dar gracias por haber resistido y comprobar su estado. Esa tarea recayó en los campaneros que vivían en la propia Catedral, conocidos como los Mariquelos. La llamada Torre de las Campanas es una de las construcciones más emblemáticas del conjunto catedralicio salmantino. Originalmente formaba parte de la Catedral Vieja, pero fue elevada en el siglo XVIII para armonizar con la Catedral Nueva. En 1705 un rayo provocó un incendio que obligó a una gran reforma en 1710, durante la cual se duplicó su altura y se añadieron los cuerpos de campanas y la linterna.
El terremoto de Lisboa de 1755 dañó su estructura, y durante un tiempo se temió por su ruina. El ingeniero Baltasar Devreton reforzó la base mediante un forramiento de piedra en talud y grapas de hierro que salvaron el conjunto. Desde entonces, el Cabildo ordenó que los campaneros subieran cada año para revisar el estado de la torre y tocar las campanas en acción de gracias. Así nació la tradición de los Mariquelos.
En el siglo XX se realizaron nuevas intervenciones para consolidar muros y escaleras. La más importante de la etapa moderna fue la restauración integral iniciada en 2012, que incluyó limpieza de paramentos, refuerzo estructural y recuperación de espacios interiores, alcanzando los 92 metros de altura de andamiaje.
Inscripción de Luis Mesonero
En uno de los muros interiores de la torre, se conservan las incripciones realizadas por Luis Mesonero, uno de los primeros Mariquelos y primer Mesonero de los últimos campaneros de la torre.
Durante siglos, los campaneros no solo trabajaban en la torre: vivían dentro de ella. Las dependencias de la familia Mesonero —los Mariquelos— estaban situadas a mitad del ascenso, en una estancia con ventana al oeste y pequeño hogar de carbón. Desde allí se accedía a la sala del reloj, donde se encontraba la maquinaria horaria, y más arriba a la sala de las campanas, el corazón sonoro de la Catedral.
Las viviendas eran modestas, pero servían de refugio para familias completas. La bisnieta de Luis Mesonero recordaba el frío en invierno, el temblor de las campanas a cualquier hora y la rutina de revisar cuerdas, engranajes y campanas. Vivir allí implicaba estar siempre alerta: ante tormentas, cambios de hora o fiestas litúrgicas.
Hoy esas estancias pueden visitarse gracias al recorrido turístico 'Ieronimus', aunque apenas queda ya nada de aquella época, aunque se conservan herramientas de campanero y paneles informativos que muestran cómo era la vida cotidiana en la torre. La distribución interior de la torre es también relevante para entender la vida de los campaneros. Según estudios, la torre consta de varios niveles: en la parte inferior se encuentra la llamada 'Capilla de San Martín o del Aceite', ubicada en el hueco de la torre bajo la cúpula y como parte de la Catedral Vieja.
En cuanto a la vivienda de los campaneros de la familia Mesonero (los Mariquelos), estos ocupaban los rellanos y estancias intermedias de la torre: un primer piso doméstico con vistas a la ciudad y al templo, un espacio de trabajo (maquinaria del reloj y mantenimiento de campanas) y el tramo final de ascenso hasta la veleta, donde se encontraba la tradicional subida que culmina cada 31 de octubre. El campanero mayor aparece mencionado en actas capitulares del siglo XVII como responsable de los toques, mantenimiento y custodia de las campanas. Además de cumplir los horarios litúrgicos, debía alertar a la ciudad ante incendios, tormentas o defunciones.
La residencia en la torre era obligatoria: el campanero debía estar siempre disponible. Esta vida 'vertical' , requería de vigilancia constante: las campanas debían mantenerse, los mecanismos de relojería ajustados, los toques preparados para la liturgia y el sonido urbano.
En los años sesenta, la electrificación de las campanas cambió definitivamente el oficio.
La tradición de los Mariquelos, apellido real de una saga de campaneros —la familia Mesonero—, mantuvo viva esta función hasta finales del siglo XX. El último representante directo fue Fabián Mesonero Plaza, que subió por última vez en 1977. Hasta que en 1985 el folclorista Ángel Rufino de Haro decidió retomarla, convirtiéndose en el nuevo Mariquelo y devolviendo a Salamanca una de sus tradiciones más representativas. Además, en los últimos años le ha dotado de un componente social a favor de ONG´s.
Hoy, el sonido de las campanas sigue siendo patrimonio vivo de Salamanca. El toque manual, reconocido por la UNESCO como bien cultural inmaterial en varias regiones, se valora de nuevo como arte y ciencia del sonido. Cada 31 de octubre, cuando el Mariquelo asciende de nuevo con tamboril y traje charro, revive el eco de aquellos hombres. La tradición de los Mariquelos se ha mantenido como una de las señas culturales de la ciudad. Su continuidad no solo recuerda el terremoto de 1755, sino también la labor de los campaneros.